Más allá de creer que Dios es quien responde a nuestras plegarias y nos allana el camino en
más de un aprieto relevante, ¿qué beneficios psicológicos podría tener el acto de rezar?
Este tema me ocupó de forma esporádica y lúdica en mi época de estudiante, cuando
descubrí el psicoanálisis y andaba fascinado intentando explicar el mundo desde esa
doctrina. Si Dios no existe o si su existencia está en tela de juicio, ¿por qué mucha gente
afirma que después de rezar ocurrió el milagro esperado? ¿Habrá sido casualidad o qué
artilugio oculto pudo efectuarse?
La costumbre de orar estuvo presente en todas las culturas desde tiempos inmemoriales y
de forma ininterrumpida. Su razón de ser fue, principalmente, la de comunicarse con Dios
para pedirle ayuda en las cosechas o antes de una inminente batalla, para aplacar su furia
por supuestos pecados o para hacer realidad deseos más íntimos y domésticos en temas de
amor, trabajo y salud. Con la plegaria se democratizó el cielo, tanto ricos como pobres
tuvieron acceso a él —es como el fondo monetario internacional del deseo—. ¡Pídele a Dios,
que Él todo lo puede! No hay límites de presupuesto, ya que Él es todopoderoso.
Por poner un ejemplo: un hombre reza cada noche para conseguir un trabajo, después se
mete en la cama y entra al mundo inconsciente —sueña—. Al otro día, por la mañana, no
deberá preguntarse mucho qué debería hacer, es simple: buscar un trabajo. La costumbre
de rezar pule el deseo y nos deja sintonizados como una radio en un determinado dial.
Rezar es parecido al proceso de sugestión hipnótica o al ejercicio de la meditación, se basa
en el mismo mecanismo de introspección. Al repetir esta maniobra diariamente nuestros
objetivos se hacen más claros y robustos, de aquí se puede entender mejor por qué se
cumplen nuestros deseos: quedamos programados, esa es la magia.
Es importante no menospreciar el gran poder que tiene el creer con vehemencia en algo, en
este caso en un Dios y en una institución religiosa con reglas establecidas con claridad que
lo avalan y ordenan costumbres. El poder de la autosugestión en el caso religioso será
siempre mayor que en el de la meditación o la hipnosis.
Ahora bien, para la elaboración del presente artículo, husmeé un poco en internet y
encontré algunas explicaciones más fisiológicas que milagrosas dadas por una infinidad de
estudios científicos de las populares universidades de Harvard, Columbia, Stanford —no puedo
evitar sonreír cuando leo en una nota: Según la universidad de Massachusetts…—. Los
resultados de sus pesquisas demostraron que el acto de rezar baja la presión arterial,
estabiliza el ritmo cardiaco y disminuye los niveles de cortisol que están relacionados con el
estrés; mejora las defensas que combaten las enfermedades y reduce de modo sustancial la
posibilidad de desarrollar depresión. En síntesis, fortalece el sistema inmunológico y
previene tanto enfermedades físicas como psicológicas. Por donde se lo mire, según la
ciencia, el orar cura y evita la morbilidad en todas sus aristas. El dato más sorprendente: la
mayoría de los estudios coinciden en que las personas que poseen este hábito viven más
años y de manera más saludable. Y esto nos viene como anillo al dedo para promover el
turismo interior, parece que vibrar para adentro cada tanto resultaría beneficioso.
Llegados hasta aquí, solo nos falta un buen Dios para orarle.