En la avenida principal de la Ciudad de México, Reforma, resalta una niña con el puño en alto, parada sobre el pedestal que antes sostenía la estatua de Cristóbal Colón. La “Glorieta de las mujeres que luchan” es un símbolo feminista que se convirtió en su ‘okupa’ oficial en septiembre del 2021, mientras su anterior inquilino estaba en restauración (o en protección desde septiembre del 2020 para no ser derribada el Día de la Raza el siguiente mes). Representa las luchas de todas las mujeres en territorio mexicano y se suma una serie de antimonumentos erigidos en Ciudad de México, como la “Antimonumenta”, que desde que fue ubicada sobre Avenida Juárez se ha replicado en otros estados. La palabra justicia actúa como soporte de la estatua que se enfrenta a una de las ciudades más grandes del mundo.
Los nombres de mujeres desaparecidas y asesinadas inscriptos alrededor de la estatua fueron borrados por el Gobierno y redibujados por las activistas en más de una ocasión. Son reminiscentes de los grafitis plasmados en el Ángel de la Independencia que tanta polémica causaron el 2019 y, entre otros sucesos, inspiraron el último libro de Cristina Rivera Garza.
En “El invencible verano de Liliana” (2021), Cristina Rivera Garza revisita el caso del feminicidio de su hermana en 1990. El relato catalizado por la ola de feminismo reciente en México reflexiona sobre esta violencia tan específica que en ese entonces no tenía denominación como tal en el código penal. La escritora abre una caja de recuerdos de su hermana y le saca el polvo al D.F. de los 80s para reconstruir la memoria de su hermana hasta sus últimos meses de vida, intentando identificar las manifestaciones de la violencia de género que culminaron en su feminicidio. Las hojas del libro son resistentes a las lágrimas que caen sobre ellas durante su lectura.
En algunos casos, la constancia no es algo bueno. Por ejemplo, la tasa de feminicidios en Argentina y México, que, según los datos de la CEPAL, se mantuvo estable en el 2020 en comparación al año anterior.
Ganar no siempre es algo que celebrar. Los campeones por tasa más alta por cada 100.000 mujeres de feminicidios en el primer año de pandemia son Honduras (4.7), República Dominicana (2.4) y El Salvador (2.1). Esto incluso con un descenso en la tasa de los tres agasajados, al igual que en Bolivia, Colombia, Paraguay, Guatemala, Uruguay y Brasil —el país con mayor cantidad de feminicidios en Latinoamérica— Ecuador, Costa Rica y Panamá son los tres países en los que la tasa subió.
Hoy día, todos los países latinoamericanos y caribeños cuentan con leyes que abordan “el continuum de manifestaciones de violencia de género que pueden culminar con el femicidio”. Entre otros motivos, en el 8M se marcha para visibilizar esta violencia, denunciar la estructura que la mantiene y luchar contra la impunidad que permea en tantos casos como el del feminicidio de Liliana Rivera Garza.