“Siempre que andes en bicicleta mira al suelo con atención; esta ciudad está llena de esquirlas de vidrio en la calle y hay que tener ojo.”
Con ese consejo me recibió mi novia en el momento que compré mi bicicleta al llegar a Berlín, hace casi dos años. En ese momento la idea idílica de esa cultura de bicicleta europea de desvaneció como una argolla de humo. Y es verdad. Es peligroso.
¿Cómo puede ser que la capital alemana llegue a tener tantas esquirlas de vidrio en la calle?
Continuaba preguntándome después de haber esquivado varias veces botellas quebradas en mis rutas cotidianas. Por la cerveza me decían, por las fiestas y la vida nocturna. Pero esa respuesta era un poco general para un factor que influye directamente en el comportamiento de miles de ciclistas en la ciudad. Tenía que haber mas cuento. Y a medida que pasó el tiempo, no solo trabajé en distintos rubros y a distintas horas, también viví, estudié y me moví por distintos barrios y distritos. Paulatinamente fui conociendo desde adentro un poco de la cultura urbana y a sus habitantes, esas personas que ves en la estación de la S-Bahn temprano en la mañana camino al trabajo o de vuelta de una noche de juerga. Cuando comencé a entender el alemán y a conocer mas gente, fui coleccionando experiencias de amigos y compañeros de clase o de trabajo, ahí fui reuniendo esas pistas invisibles hasta construir un motivo convincente, al menos para mi.
Hay algunas palabras, que en si mismas construyen un cotidiano en la ciudad y se relacionan con el callejeo berlinés. Una de tantas palabras en alemán que se traducen en un concepto o un momento es Feierabend. Feiern es celebrar y Abend significa tarde o noche. Pero el Feierabend es literalmente el momento inmediato después de salir del trabajo no importa la hora; muchas veces hice Feierabend a las 7 a.m. cuando trabajé en un club o cuando cerraba el restaurant cerca de la Rosa-Luxemburg Platz donde fui ayudante de cocina. Generalmente los alemanes no preguntan si saliste del trabajo, preguntan si ya estas haciendo Feierabend. Y acompañado de esta acción, se ven caminando los grupos de personas con una cerveza colgando entre los dedos. Wegbier, cerveza de camino.
Al principio pensé que esta costumbre se limitaba a un grupo determinado. A los jóvenes o a la gente que anda de fiesta. Pero no. Es parte del cotidiano de la ciudad, es uno de esos códigos que pasan a pertenecer a una actitud colectiva que es transversal a los grupos tanto etarios como socioeconómicos. En Berlín es barato tomar una cerveza. Desde aprox. 70 ¢ la botella de 0,5L. en los kioscos o Spätis que encontramos multiplicados en cada barrio. Y demás está decir, que consumir bebidas alcohólicas en la vía pública no es un tema.
Vi que esos grupos de personas que caminan por la ciudad son variados. Son trabajadores y trabajadoras, de corbata, de overol o mandil; rockeros, hipsters y gente tecno, chicos y chicas fashion, hippies, raperos y mendigos, extranjeros y locales, jóvenes y viejos, todos nos cruzamos en ese momento que pertenece a la cultura urbana; agarrada del cogote, todos hemos pateado la calle con una cerveza en la mano.
¿Pero qué pasa con todas esas las botellas vacías si la gente toma caminando por en la calle?
Generalmente tienen dos destinos posibles. Son recolectadas o destruidas. Son pateadas o transformadas en dinero.Las botellas de vidrio en Berlín se encuentran de distintas maneras, pero dependiendo de su estado, una botella vacía, quebrada o entera, puede transformarse en euros o en un accidente. Ese vidrio toma distintas formas en la ciudad y lo vemos en grupos de botellas vacías al lado de los basureros o en hechas pedazos entre los adoquines de las veredas.
Desde el año 2003 en Alemania se implementó una ley de deposito para envases llamada Pfand o Einwegpfand, donde se diferencia el valor del liquido y del envase. De esa manera después de consumir el contenido, las personas pueden devolver el envase y reciben el valor del mismo en euros. Los envases cuestan 8¢, 15¢ y 24¢ dependiendo del tipo. A raíz de la ley Pfand, las botellas retornables pasaron a tener un valor monetario y en consecuencia surge un nuevo personaje urbano, el Flaschensammler o recolector de botellas. Al comenzar esta ley, la gente de menores recursos comenzó a recolectar botellas en los parques y en las calles como complemento o muchas veces como único ingreso.
Cada año en Alemania se pierden aproximadamente 172 millones de euros en la basura por efecto del desperdicio de botellas retornables, detalla el sitio Pfand Gehört Daneben , iniciativa fundada el 2015 que busca que ese dinero no se pierda y que la gente que lo necesita pueda hacerse de el. Las botellas cobraron tanta importancia y valor que las personas pobres se meten directamente a los basureros a rescatarlas, eso no solo es humillante, sino además peligroso. Pfand Gehört Daneben significa literalmente “retornable pertenece al lado”, promoviendo el no botar las botellas con depósito a los basureros, sino que dejarlas junto a ellos.
Y en la ciudad se ven esas botellas vacías en el suelo, sobre los medidores, junto a basureros, en los rincones, en todos lados. Y el peatón distraído las patea y las quiebra, y se desparraman los fragmentos el vidrio quebrado por las calles, veredas y ciclovías. Esa patada, esa casualidad, marca una transformación fugaz, el reemplazo de valor por hostilidad, uno de los dos finales posibles de esta historia.
Esa torpeza, casi en cámara lenta, ilustra perfectamente un fenómeno curioso, donde dinero botado en la calle desaparece en el aire como el vapor del café y brotan inmediatas las puntiagudas esquirlas en verde y marrón. En un parpadeo nace el peligro; la amenaza húmeda, afilada y traicionera, haciéndole honor a como muchas veces también se comporta la ciudad.