La mejor manera de ejercer el turismo interior, de meterse bien adentro, es dormir, y lo hacemos de promedio ocho horas diarias, es decir, un tercio de nuestra vida: cuando cumplamos treinta años, habremos dormido diez. La función fisiológica de dormir es obvia: descansar, recuperarse. Solo una pequeña parte de nuestro dormir está habitada por sueños. Pero ¿para qué sirve soñar? Hoy sabemos que es la manera en que nuestro cerebro acomoda la información relevante de nuestra vida cotidiana y, entre otras funciones, colabora en resolver tensiones y preocupaciones vitales.
Con la publicación de La interpretación de los sueños (Die Traumdeutung, 1899) de Sigmund Freud, se abrió un portal sumamente novedoso, el del inconsciente y su influencia en nuestra vigilia. Hasta ese entonces se creía que, o los sueños no tenían sentido, o, por el contrario, que cada sueño podía traducirse a un determinado significado con independencia de la persona que lo sueñe, al estilo jeroglífico egipcio, donde cada signo tendría un significado fijo. De esta creencia se deduce que, si uno sueña con una serpiente, por ejemplo, significará que alguien va a traicionarlo o que existe un peligro inminente. También se encuentra la tabla de significados de los sueños en la quiniela: si uno sueña con un loco, debe apostar al veintidós; si es con un borracho, al catorce, y así. Freud rechazó estas antiguas creencias con el argumento de que cada contenido onírico connota algo distinto para cada soñante; por tal motivo, la persona debe interpretar lo que le significa particularmente. Un ejemplo tosco pero sencillo es que alguien sueñe con un árbol. Es fácil deducir que cada persona tendrá en mente un árbol distinto; uno puede visualizar un pino; otro, un roble o un eucalipto. Bien, pero volvamos al punto del significado: un árbol puede remitir a una persona a un recuerdo de la temprana juventud, donde besó a una chica por primera vez; a otra persona, al lugar donde el padre la castigaba con frecuencia y saña. Para la primera, el sueño será satisfactorio y quizás erótico y, para la segunda, una pesadilla. Por lo tanto, Freud declaró que el significado era del todo subjetivo e instó a sus pacientes a que le relatasen sus sueños en detalle, para después invitarlos a asociar libremente el significado simbólico del mismo (al modo acertijo), haciendo hincapié en los recuerdos despertados.
El análisis de los sueños es un artilugio del psicoanálisis, no solo para encontrar algunas soluciones de peso en un tratamiento, sino para poner al sujeto en contacto consigo mismo, para que se detenga y se observe más. Anotar los sueños y pensarlos un poco orienta bastante (bueno, si es que uno anda buscando orientación). De este modo, compilando sueños y ensayando interpretaciones podemos trazar un pormenorizado mapa del eje binario que domina todo nuestro quehacer: el deseo y el temor.
Maximiliano Luis Freites
Licenciado en Psicología en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Desde el 2008 vive y atiende su consultorio en el barrio de Neukölln, Berlín. Escribe de a ratos. En enero del 2021 publicó su primer libro de relatos “La mueca de la hoja” (Editorial Abrazos)