Acaso no haya palabra tan propia de Berlín como la primera persona del singular en la versión del dialecto local, a saber: ‘icke’. A decir verdad se trata de un par intercambiable, pues dependiendo del contexto se emplea ‘icke’ («Wer is’n da? Icke!») o simplemente ‘ick’ («Zuerst komm ick, dann kommt lange jarnüscht»). Se trata del emblema de la famosa y nunca bien ponderada Berliner Schnauze —equivalente al mandarín antiguo para unos y sencillamente inexistente para los trotamundos globalofílicos—, algo que requiere un interés específico por la capital alemana para poder ser apreciado.
Exceptuando a los consumidores de autenticidad y a sus recomendaciones de «How to Sound Like a Real Berliner», quien osa imitar la pronunciación de ‘icke’ ante un berlinés sabe que hace el ridículo y se expone a la ingeniosa capacidad de réplica (Schlagfertigkeit) del nativo. Al respecto, Walter Benjamin —aquel gran filósofo cosmopolita de alma berlinesa— advertía que la particularidad del dialecto berlinés se debe a su procedencia y a su contexto de uso. En uno de sus guiones para radio escritos entre 1929 y 1933, explicaba lo siguiente: «El berlinés es un lenguaje que viene del trabajo. No se origina en el escritor o en el erudito, sino en la sala de la tripulación y en la mesa de Skat, en el ómnibus y en la casa de empeños, en el Sportpalast y en la fábrica. El berlinés es el lenguaje de la gente que no tiene tiempo, que a menudo tiene que comunicarse con una breve insinuación, una mirada, una media palabra».
Se comprende ahora por qué escuchamos ese ‘icke’ cuando la cajera del Lidl le echa un cuento al colega, cuando la burócrata nos dice que ya no puede hacer nada, cuando vienen los tipos de mameluco azul a medir el contador eléctrico o, en fin, cuando hemos tenido la experiencia de hacer un trabajo físico sin demasiada exigencia neuronal.
Ahora bien: debo reconocer que a diferencia de los verbos ‘anmeldearse’ y ‘grilear’ —o de los sitios ‘Don Juan’ y ‘Ginterjof’—, claramente ‘icke’ no es un término del españolemán utilizado por latangas migrantes en Berlín y, en consecuencia, quizás no merecería una entrada en este glosario. Sin embargo, tal vez uno podría ver aquí a la representación de algo más grande; imagino a ‘icke’, por ejemplo, como el código secreto para abrir las puertas de un nuevo sentido de pertenencia, de cierto orgullo por tener algo que el resto de Alemania no tiene, no sé: algo así como un amuleto de la buena suerte para llevar consigo mismo.
El amor a Berlín es una conquista dolorosa y nunca definitiva: pero sí existe. De hecho, es posible que la única forma de amar a Berlín sea asumiendo que a cada tanto esta ciudad nos rechaza, nos escupe, nos hace dudar de habernos venido. Así, mientras una parte del corazón se pregunta «¿por qué todo esto a mí?», la otra contesta con acento berlinés: «Wat? Icke?».
Y no crean que para los nacidos aquí esto es algo ajeno. La polifacética e inolvidable Helga Hahnemann, una de esas mujeres hermosas que me hubiera encantado abrazar en la vida (además de a Elsa Morán y a Paquita la del Barrio, por cierto), inmortalizó este sentimiento ambivalente frente a su ciudad natal en la canción titulada 100 Mal Berlín. Adorada tanto en el Este como en el Oeste de Berlín, «die Henne» —como era conocida popularmente— falleció de cáncer a los 54 años poco después de la caída del Muro. Esta canción no se conoce en nuestro idioma, así que traduzco a continuación su estrofa para que vean a lo que me refiero:
Hundert mal hab ick Berlin verflucht – Cien veces he maldecido a Berlín
Hundert mal weit weg mein Glück jesucht – Cien veces busqué lejos mi felicidad
Hundert mal jeheult, Du machst mich krank – Cien veces he llorado, tú me enfermas
Hundert mal jebetet, Jott sei Dank – Cien veces he rezado, gracias a Dios
Hundert mal jesacht, mit Dir is Schluß – Cien veces dije contigo se ha terminado
Hundert mal kam ick von dir nich los – Cien veces no pude alejarme de ti
Hundert billen haut ein je nich hin – Cien patadas no alcanzan para tumbarme
Dit sitzt zu tief, Dit sitzt hier drin – Esto es algo demasiado profundo: lo llevo aquí adentro
Para decirlo en una palabra: ‘icke’ no es tan sólo una alternativa para decir ‘yo’, es decir, no es la forma barata de caer en el monólogo egotista propio del individualismo urbano. No; ‘icke’ simboliza a ese lugar que nos espera cuando pasamos las luces de la avenida: el barrio, la plaza, los vecinos, un idioma común, ganarse un hogar. Qué terrible es la vejez, ¿no?
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Ri