En Berlin existen cuatro grandes Universidades estatales: la Humboldt y la FU (en las cuales está integrada la Charité), la TU y la UdK. También hay escuelas superiores, institutos eclesiásticos de educación terciaria y un montón de Universidades privadas. Se trata de un universo de casi 200.000 estudiantes, cuya mayoría tiene al menos un padre con título universitario y apenas un 15% son extranjeros. De modo que ser auslender universitario en Berlín representa, a menudo, la única gota de diversidad en una masa bastante homogénea de germanos.
Decir «hoy tengo Uni» es una manera de indicar que se debe cumplir con alguna tarea estudiantil. «Ich muss für die Klausur lernen» (tengo que estudiar para el examen), «ich muss meine Hausarbeit fertig schreiben» (tengo que terminar de escribir mi trabajo) y, desde luego, el omnipresente «ich bin überfordert» (estoy desbordado), son algunas de las frases habituales que emplean los estudiantes alemanes para expresar su martirio. Según datos de la Studierendenwerk Berlin, dicho martirio se distribuye en un promedio semanal de 30 horas de Uni y otras 10 horas de trabajitos adicionales para «llegar a fin de mes» —como, por ejemplo, repartidor, camarero, ayudante, etc. Porque de esos 200.000 son 150.000 los estudiantes que laburan aparte y otros 24.000 que reciben BAföG —el préstamo sin intereses que el Estado brinda a los estudiantes alemanes y europeos (comunitarios). A todo esto se suma el hecho de que uno de cada tres estudiantes vive en un piso compartido, lo cual permite abaratar los gastos del alquiler. Y todo esto pagando apenas €300 de matrícula por semestre (incluido el abono de transporte público), estudiando en una Uni de excelencia y viviendo en Berlín: la capital de la joda. Qué martirio interesante el de los alemanes.
Poco antes de ser admitido a la Humboldt, conocí a una socióloga paulista que me dio un consejo para sobrevivir en la maquinaria académica: «Você tem que fazer essa burocracia trabalhar para você». Y la verdad es que tenía razón, pues ingresar a la Uni requiere comprender las reglas de juego de cada instituto, de cada plan de estudios, en fin, requiere iniciarse en el profundo y extenso mundo de la Wissenschaft, tal como si no hubiera nada mejor en el mundo que el devenir Homo academicus .
Ahora bien: el verdadero desafío de estudiar en la Uni no es la burocracia sino la soledad y el anonimato. Me refiero a haber leído un texto y comentarlo en clase con fervor, por ejemplo, luego querer seguir la discusión en el pasillo y darse cuenta que para el resto de tus compañeros eso no fue más que otra «Pflichtlektüre» (lectura obligatoria). Criticar a un profesor con un buen argumento y que el tipo, en lugar de decirte lo que piensa y animar el debate, se limite a responder: «Das stimmt. Danke für den Hinweis, Herr Dieste» (Eso es cierto. Gracias por señalarlo, señor Dieste). Anotarte en un seminario sobre la inmortalidad del cangrejo porque andás detrás de alguien que te gusta, para luego darte cuenta que tu amor platónico estudió contigo sólo para obtener sus respectivos Leistungspunkte (créditos académicos). Es que uno cruza el Atlántico para venirse a estudiar aquí y hacerse una nueva vida, claro, pero la Uni hace tabula rasa y allí no hay privilegio por extranjería y/o migración.
Pero así como la Uni es más bien pobretona en lo social, no deja de ser un estímulo constante para emprender ciertas aventuras. En mi pasaje por la Uni berlinesa aprendí a estructurar mi curiosidad y a orientarme intelectualmente sin la ayuda de nadie; aprendí a investigar temas propios y a fundamentar mi posición en una tesis. También fui parte del gremio y, protestando en la calle, logramos obtener un nuevo convenio colectivo para trabajadores estudiantiles; también bailé tango en una escuela Montessori, dicté un curso de filosofía y hasta fumé alguna cosita en el aula magna con mi parcero más querido. Jamás nadie intervino para decirme cómo debía hacer alguna de estas cosas. Es que en la Uni no hay «bajada de línea», justamente porque allí se asume que cada uno es un individuo autónomo capaz de ejercer el librepensamiento.
At first I was afraid, I was petrified: no fue fácil acostumbrarse a hacer de «individuo autónomo» todos los días en la Uni. Por eso yo siempre me repetía la voz de Gloria: I’ve got all my life to live. Y finalmente sobreviví, pues aquí me tienen: somebody new! I’m not that chained-up little person still in love with you. Es que la Uni —y en esto coincido con el ideal griego del viejo Humboldt— sí es una gran experiencia formativa para el ciudadano, porque en ella uno aprende a concluir procesos de aprendizaje. Es como si uno estuviera simulando la vida en espacios protegidos, «invirtiendo en el futuro». Sin embargo, como la Uni no es (ni pretende ser) la vida, siempre es bueno recordar que: As long as I know how to love, I know I’ll stay alive. En otras palabras: la Uni te brinda muchas herramientas, sí, pero nunca te dirá quién ser. Eso es algo que cada uno, como ciudadano libre y responsable, deberá inventar por sí mismo. Sólo entonces se descubre, por ejemplo cantando I Will Survive tras la graduación, que en realidad uno era más fuerte de lo que pensaba.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay). Aprecia la Berliner Schnauze y, si bien se mantiene leal al asado y al mate, dice que la vida sin chiles y harina de maíz sería un error. En la ducha puede alternar entre Héctor Lavoe o Rio Reiser.