En Berlín, uno se puede ir a bailar clásicos de rockabilly o cumbias de Pastor López, trashpop ochentoso y salsa puertorriqueña. También uno puede asistir a las legendarias fiestas queer «Cocktail d’amour» del Griessmühle y las de reggae en el YAAM o, desde luego, ir a los fabulosos conciertos de blues en el históricoYorckschlösschen. Incluso uno puede ir al Hafenbar para terminar coreando Zehn Nackte Friseusen y, así, gozar sin culpa una versión sana y alegre de la identidad alemana. Sin embargo, lo que mueve a las masas en Berlín es el techno; por ello, quien se muda a esta ciudad y desea «estar en la movida», tarde o temprano aterriza en algún club de música techno.
Surgido de una antigua fábrica de galletas para perros y ubicado en una zona industrial algo aislada donde no hay límite de volumen, el Sísifos es uno de ellos. Su laberinto de pistas de baile no es tan fascinante como el sector exterior: algo así como un parque infantil para adultos con un pequeño estanque rodeado de arena, una pizzería, un autobús abandonado, etc. Un festival en miniatura, digamos, al cual nadie va tan sólo para husmear un poco y después irse. No; en el Sísifos las fiestas comienzan un viernes y se prolongan hasta el lunes. Con drogas, obvio, aunque sin campañas informativas que promuevan su consumo responsable: Alemania no asume que prevenir es curar —y, por otro lado, muchos sucumben al mandato berlinés de «ser cool» y creen saber más que Walter White.
Durante mis primeros veranos en Berlín, cuando todavía era un muchachito virgen e inmaculado en búsqueda de amor, frecuentaba mucho el Sísifos. Recuerdo que en la primera pista interior, con los bajos a reventar, todo el mundo cabeceaba robóticamente en dirección al DJ. Cada uno estaba en su mundo, casi sin interactuar entre sí, pero todos rebotaban al son del punch-punch-punch. En algún momento salía el sol, ibas afuera y te rociaban con agua desde arriba. Recuerdo que una vez se me acercó una chica con lentes de sol y nos chupeteamos la cara impúdicamente, bien empastillados. Ella luego me dijo: «mmm… du willst ein bisschen action, oder?» (mmm… vos querés algo de acción, ¿no?). Pero yo me había ofrecido como conejillo de indias a cualquier sustancia psicoactiva habida y por haber, así que me limité a responder: «da daaaa ajjj daaaa ajjj daaa». Mientras tanto ella me tanteaba los genitales, así como eligiendo aguacates, hasta que abrí los ojos y la vi yéndose a los baños. Para entonces, mis amigos se habían ido y ella, al igual que tanta gente eufórica y simpatiquísima que conocí allí y siempre prometió un reencuentro,desapareció.
Transcurrido un día completo en el Sísifos, yo sólo anhelaba volver a casa. Me había quedado sin dinero y el tranvía no pasaba, así que caminé media hora al rayo del sol hasta la próxima estación de tren. Divisé a lo lejos la torre de agua de Ostkreuz, vigilándome como si fuera el Ojo de Sauron. Llamé a un amigo en búsqueda de consuelo, pero naturalmente estaba muy «beschäftigt» (ocupado). Subí al tren, fui ametrallado por las miradas inquisidoras del pueblo alemán sano y trabajador, y me arrepentí de haberme entregado a otra fugaz experiencia de intensidad.
En la mitología griega, Sísifo era el más astuto y menos escrupuloso de los mortales, hasta que un día hizo enojar a Zeus y fue condenado a un trabajo inútil y sin esperanza, a saber: empujar eternamente una roca hasta lo alto de una pendiente. Pese a la intervención divina, Sísifo se hizo dueño de su destino y lo convirtió en un asunto humano. De allí lo de Albert Camus: «hay que imaginarse a Sísifo dichoso».
De modo que, más allá de las hostilidades y la frustración, habría que imitar a Sísifo y si vamos a dejarlo todo en un club berlinés, pues que sea con la alegría pagana y silenciosa de saber que hemos elegido conscientemente ese destino.
Mateo Dieste
(Montevideo, 1987) estudió filosofía e historia en Berlín, ciudad donde reside desde 2011. Autor del libro “Filosofía del Plata y otros ensayos” (2013). Entre 2019-2020 dictó un curso sobre historia global de la filosofía en la Universidad Humboldt. Ha publicado en Revista Ñ (Argentina), semanario Brecha (Uruguay) y también ha sido columnista radial de tango en Emisora del Sur (Uruguay).