Sus manos se unieron a través del cristal, dedo sobre dedo, palma contra palma, recordando la calidez que sentían cuando no había un cristal en medio.
Así se habían conocido cuando tenían cinco años, a través de un cristal. Los padres de Mónica habían ido a visitar a los de Javier, y después de un rato, con la confianza de que estaban dentro de casa, se habían despreocupado de los niños.
Mónica deambuló un rato por aquella enorme mansión de piedra, tan diferente del modesto piso en el que vivía con sus padres en la ciudad, y de repente lo encontró. A través de un amplio ventanal vio a un niño más o menos de su edad, haciéndole señas para que se acercara. Cuando llegó a su altura, él apoyó las manos en su lado del cristal y ella hizo lo mismo, haciendo coincidir las palmas y los dedos.
Después él fue pegando al cristal el resto de las partes de su cuerpo y ella le siguió desde su lado, como si fuera su reflejo en el espejo. Lo último que adherió Javier a la translúcida superficie fueron los labios, y así se dieron su primer beso acristalado.
Después se echaron a reír a carcajadas, revolcándose por el suelo, y de esa guisa los encontraron sus madres unos minutos después.
-Pero… ¿Por qué no estáis jugando juntos? ¿Qué habéis hecho con el cristal? ¡Está lleno de marcas! – exclamó sorprendida la madre de Javier.
-Ay, perdona Adela. Te ayudaré a limpiarlo. Esta hija mía es más rarita… Tenía que haberla vigilado.
-No te preocupes. Ya lo haré yo más tarde. Javier también es bastante peculiar. ¡Se le ocurre cada cosa! Seguro que esto ha sido cosa suya. ¿Verdad? -le inquirió al niño.
Javier puso cara de inocente y se encogió de hombros, sin emitir palabra alguna. No estaba dispuesto a confesar. Entonces las dos madres miraron a Mónica, pero ella tampoco dijo nada.
-En fin -dijo la madre de Javier, a la vez que suspiraba -quizá estos dos encajen.
Y encajaron. La siguiente vez que se vieron varios meses después, unieron sus manos y sus cuerpos nuevamente cuando no miraban los adultos, pero esta vez ya sin cristal de por medio. El hormigueo que sintieron por todos lados, les provocó un ataque de risa similar al de la vez anterior.
Continuaron viéndose año tras año y se hicieron inseparables, hasta que ya a los dieciocho se convirtieron oficialmente en novios y entonces empezaron a explorar cómo encajaban las concavidades y huecos de sus cuerpos.
Ahora tenían de nuevo un cristal entre ellos que les acompañaría durante los cuatro próximos años, pero podrían adaptarse y superarlo, porque a pesar de esa separación penosa y obligada, lo que realmente importaba es que sus manos quisieran seguirse uniendo como siempre, aunque fuera de manera acristalada.
Isabel María Lobato Jiménez
Me encantan las palabras desde que era una niña. Conocer sus significados, escuchar su musicalidad, contar historias con ellas. Cuando tomé la comunión me regalaron un diario y en él comencé a escribir mis pensamientos y a crear cuentos.
Desde entonces he seguido escribiendo siempre de una u otra forma. Me gusta contar historias. Es una hermosa manera de viajar a otros mundos y a otras vidas. Y también una manera de compartir.