He ingresado a la cárcel de mi pensamiento. Sumido en él he quedado exhausto. Igual a un sitio fétido y estrecho, pertrechado por cuatro paredes que contienen mi cavidad interior, estoy rodeado de un espacio sin confines que me tiene apabullado en el desconcierto. En un vano intento por acallar mi mente, he descubierto en lo alto del techo una telaraña. Su propietaria parece mirarme con recelo desde las alturas. Me desafía e insta con su soberbia. Ha extendido en una de las esquinas de esta habitación sus artilugios hiladores para atrapar a sus presas. Suerte que no soy insecto, pienso, sino podría caer en sus mañas. Sin embargo, la observo por un tiempo hacer y deshacer su encanto armamentístico mientras la vorágine de mis pensamientos desatan una tormenta. La tempestad se vuelve agreste y con estupor me pierdo entre la visión de la telaraña que anida casi encima de mi cabeza en lo alto de la pared y en mis pensamientos atorados que de tan repetitivos me asfixian.
Entonces comprendo, o eso creo, la inoperancia de mi agitación mental, que de repente se ve envuelta por mantos de emociones que emanan acompañadas por esas ideas truculentas que me han invadido. Estoy paralizado. En las alturas, la araña se mueve sigilosa esperando su oportunidad. En la superficie, con mi cuerpo estático y mi mente acelerada, la veo mover y restregar sus patitas acaso en señal de una espera atenta y oportuna para atacar. Mi piel sudorosa y mis emociones encontradas me ponen inquieto. Comienzo a agitarme sobre el viejo camastro que cruje a la menor sacudida; mis articulaciones también chasquean junto a las maderas que le dan soporte y mi pensamiento por demás humillante me culpabiliza en esos momentos de acciones pasadas. La araña sigue atrapada en su telaraña. Nuevamente eso creo yo. Al recorrer con la vista las cuatro paredes que me contienen, descubro que mi cuerpo físico es el que está atrapado en ese escenario solitario donde los pensamientos suben y bajan al compás continuo de la visión que se pierde entre la telaraña y su insecto hacedor.
Entonces medito. Los hilos fortalecidos por la intensidad de las emociones son difíciles de romper. Cada punta de esta telaraña conduce al interior del ser de cada persona. Se hilvanan y deshacen presurosos a veces cuando las sensaciones penden de alguno de los hilos más finos que se están por romper. Si no logra su cometido, se tensa, se retrae, comienza a deshilacharse quizás hasta ceder. La araña camina por su telaraña reforzándola al tiempo que agazapada espera su oportunidad. Cuando su posible presa se acerca, está lista para atacar. Su telaraña despliega su fortaleza de contención y sus componentes pegajosos estimulan su captura. Entonces afloran los sentimientos. Los hay bueno, los hay encontrados, contradictorios y también afortunados. Vivir atrapados en ellos es sumergirse en una cárcel cruel y agobiante. Dejarse arrastrar por ellos es fundirse en una parodia donde los personajes intervinientes danzan sin tregua en movimientos envolventes de ataque y contraataque. La telaraña se retuerce, por momentos es estrujada, sacudida, deshilvanada ante la caída de la presa. El movimiento contrario de su reacción es pender latente sostenida en el aire intentando mantenerse altiva sin dejar de cumplir su función carcelera.
Es cuestión de actitud. Las emociones vienen y van. Los pensamientos se vuelven reiterativos y hasta imprudentes, provocando tortura hasta el hartazgo en mi mente que continua inquieta. Si la actitud es positiva, avanzo. Pero si ésta es negativa, me retuerzo. Detenerse es suspenderse en una vaivén de sensaciones internas que apresuradas buscan sobresalir, apabulladas se escatiman y manosean unas a otras no permitiendo que ninguna se ilumine. Los pensamientos quedan turbios hundidos en un fango mental y la conciencia de sí, perdida en un más allá devorado por la telaraña.
La araña sigue agazapada. En mi fuero interno no he podido huir de mi cárcel interior. La exterior es demasiado real como para tomar coraje de hacerle frente. La propia, esa que nadie oye ni ve ni husmea ni se entromete todavía, es mía, me pertenece y solo yo soy su juez. A veces más implacable que cualquiera. Castigador, instigador, torturador mental. Mi voz interior dictamina mientras mi cuerpo acata órdenes. Encerrado en estas cuatro paredes, deduzco que soy un ser libre, puedo elegir, pasear, comprar, relacionarme, tener sexo, pasar largas horas conectado en internet, navegar en las redes sociales; en fin, puedo hacer muchas cosas pero lo que no puedo hacer es liberarme de esta telaraña mental que me envuelve, me rodea y repite como un disco rayado mis intenciones caducas, mis dudas y fracasos, mis temores y aciertos, mis pasiones y alegrías, mis rencores y amoríos; no puedo rehuir de ella, enganchado en sus garras pegajosas que se adhieren a mi piel sudada producto de los escalofríos temporales que desencadenan el vaivén de mis emociones encontradas; no puedo entonces salir de mi cárcel interior. ¿O acaso si puedo? ¿Habrá forma de hacerlo?, quiero saber.
Observo el comportamiento del insecto desafiante en las alturas y lo instó a darme una respuesta. Las paredes opacas parecen girar en torno a mi camastro que aunque no se desplaza me hace sentir inestable. Huelo a pan recién horneado que proviene de la cocina. Mi estómago despierta. Mi cabeza apabullada admite que está vez perdió la batalla. Una necesidad imperiosa de alimentación precipitó el sentido de la rueda mental de pensamientos que no cesa de promover e incitar al llamado del hambre que me aqueja. Detengo por un instante esa vorágine de sensaciones y me llevó las manos al abdomen. Debo conseguir comida. Golpeó la puerta de salida a la espera de una respuesta satisfactoria, atrás quedó la araña tejiendo su telaraña seguro ya estará devorando a su presa. No se permitirá pasar hambre, como yo tampoco. Después de deleitar el pan recién salido del horno entre mis manos, suavizando su temperatura, lo comeré presuroso para volver a la rueda de mis días y de mis hábitos carcelarios.
Patricia Elizabeth Zanatta
Nacida en 1978 en la provincia de Mendoza, Argentina, es Licenciada en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Cuyo. Realizó estudios en Gestión de Empresas del Instituto Tecnológico Universitario, y un Posgrado en Recursos Humanos en la U.N.Cuyo. Ha escrito obras como “Recinto Sagrado” en 2017, “Por esa mirada” en 2018, “El significado oculto de las flores” y “El relincho” en 2020, todos sin publicación.
Foto de portada: Alejandro Ramos Corral: explorador de una realidad habitada por reflejos elocuentes y superficies sustraídas a la mirada común. Instagram