Tras arrancarse los barrotes de la camisa pegoteada, se tiró de lleno al sofá, revoleó los mocasines hirviendo y se despertó por segunda vez en la tarde que le apretaba los poros. Un hate más.
El algoritmo de la pantalla continuaba vomitando pitidos, kilobytes , flyers, ruido, tetas gomosas, más ruido, cupones, vídeos con autoarranque, páginas que se redirigían a otras, descargas de más ruidos, desparramando suplementos dietarios, membresías y sugerencias por el mol de clústeres en donde lograran enraizarse, invadiendo la sala de estar de sol a sol y a sol y sombra con los contenidos que miles de millones de seres generaban por las más diversas razones, en las más dispersas latitudes. Había olvidado apagarla. Cerró los ojos. Sacudió un respingo por el aire. ¡Qué maldito, maldito calor!
Cuando la pantalla quedó negra, su universo continuó expandiéndose. Aquel obstinado verano se había instalado hacía meses; seis meses, dos semanas y cuatro días, si todavía era miércoles. Volvió a despertarse sin lograr que la tarde se retirara. La tarde eterna, como esas visitas que no saben despedirse aunque se las repela a cara descubierta.
Recordó que todavía podía disfrutar de un gesto íntimo que nadie había capturado. Al fin de cuentas, era lo único que se permitía, el único lujo del que valía la pena el riesgo: Con la cara sedienta bajo la ducha, le gustaba hablarse a sí mismo, repetir su propio nombre, saborearlo entre los hilos de agua casi tibia.
“Yo muevo mi brazo derecho. Yo percibo que muevo mi brazo derecho. Yo soy Gustav. ¡Soy Gustav y sé que existo!”
El agua amortiguaba sus confesiones. El cuarto de baño, el lugar de la casa con el más alto porcentaje de accidentes domésticos, era su único refugio. (Llegó a soñar muchas tardes, al despertar, que podría morir allí sin que nadie lo supiera.)
También le gustaba salir envuelto y sentarse en la cama a pensar, mientras el toallón le absorbía el agua, pero hay placeres que se abandonan a la añoranza después de que la los activistas los capturan y exponen en el Canal del Sol (A Sol Y a Sol y Sombra), como Sheila.
Sheila había aceptado las reglas de la comunidad y competía sin descanso en los torneos de caza y pesquisa del Show 24/7/365.
No podía recordar desde cuándo no descansaba. Al despertar, sintió la camisa como una segunda piel. Todavía llevaba el traje azul y la corbata de rigor. El ventilador removía lentamente el aire desde el techo.
“Pantalla en 3, 2, 1…”, se escuchó.
El ojo azul de la cámara había parpadeado en el ojo castaño de Sheila.
Recientemente, habían habilitado el puñetazo. Un gran logro para Sheila y sus seguidores, con 22 k de firmas. Sheila había llegado como una luz tibia a su vida y él la había disfrutado sin filtro, restregándose las pieles hasta sacarse llagas. Sheila era como la tarde que ahora lo carbonizaba. Y, como la tarde, Sheila se le había enquistado Sheila no sabía de retiradas. Sheila le recorría la vida como un tumor canceroso que lo cubría de pústulas. La tarde era toda Sheila y el verano continuaba, implacable.
Salió preseleccionada y luego ganó la ronda final, que le valió el título y un cupón gratis con una orden de palomitas calientes que acababan de llegar. Aplaudía, sentados en el sofá. Hoy se estrenaba como fiscal.
“Y mi testigo”, concluyó su enfervorizada exposición, “presenta las siguientes pruebas. A saber…”
Por la pantalla del Show 24/7/365, Sheila desplegó triunfalmente varios archivos de imagen, dos audios y un video que mostraban al acusado manteniendo relaciones carnales con la secretaria. PUÑETAZO.
Al concluir con la parafernalia de pruebas, la hermana de la mujer del acusado, a la sazón constituida en jueza, procedió a contar las reacciones entre los 32 k de visitas. El caso se cerraba con 25 k de puñetazos, 5 de escupidas y 2 de abstenciones.
La esposa recibió corazones y flores, la secretaria fue bloqueada de la comunidad y el hombre pagó las costas del enfrentamiento emitiendo una disculpa pública, que republicó en varias redes, asumiendo su rol de cretino infraganti.
Sheila revisó su número de seguidores. Su actuación había marcado tendencia. Con una enorme palomita bañada en un caramelo jugoso, estrechó obscenamente los labios de Gustav, que salió con un ojo cerrado y otro abierto en la foto transferida a la pantalla. Repitieron el ritual de quererse en la ducha.
Gustav se despertó. Abrió los ojos con un suspiro cerrado y miró a su alrededor con la esperanza de poder arrancarse unos trozos de piel en el baño.
Afuera había sol. El maldito sol, a sol y a sombra. La tarde se continuaba como los capítulos de la maratón de series. Si es que esa había sido una tarde más, advirtió, también, que habría sido una tarde menos.
Gabriela Cyntia Godoy Olivera
Gabriela Cyntia Godoy Olivera nació en Montevideo, Uruguay, el 23 de junio de 1968. Por razones laborales, vive en Argentina desde 1974.
Gabriela se desempeña como ghost writer desde que decidió abandonar la tarea docente para dedicarse a su verdadera vocación –la escritura. Actualmente, se dedica a realizar traducciones literarias bajo la modalidad de freelancer. Actualmente, pertenece al grupo de escritores Él Reino Olvidado.