Los dos meses y medio en el hospital se le habían hecho eternos. Después de comer decidió salir a la calle, ir a lavar el coche y despejarse. Más o menos ya tenía la cadera en su sitio y, aunque todavía era pronto para volver al gimnasio y correr por el parque, podía andar a buen paso.
Entró en el garaje y vio que el coche estaba lleno de polvo. Lo llevó a un túnel de autolavado nuevo que le habían recomendado, en la periferia de Barcelona. Una vez depositados seis euros en la máquina, los raíles del túnel empezaron a deslizarse y el agua a presión, con los rodillos esparciendo jabón, cubrió el coche. De repente, los raíles dejaron de moverse y el coche se paró, aunque los rodillos seguían funcionando. Escuchó un golpe seco en el chasis y otro en la parte trasera del automóvil, que empezó a moverse a bandazos. Dos personas a cada lado, otra en la parte delantera y una más en la trasera zarandeaban el coche. Los seis individuos estaban cubiertos con monos impermeables y mascarillas. Las ruedas del vehículo se salieron de los raíles; uno de sus atacantes cogió una barra de hierro y, con un golpe seco, perforó el cristal. Por un par de centímetros no le atravesó el cráneo. La espuma y el agua empezaron a inundar el interior del coche. Notó una mano que le agarraba del cuello, impidiéndole respirar. Sin pensarlo, cogió la mascarilla a su atacante y se la quitó. Se trataba de uno de los celadores que había visto en el hospital cuando estaba ingresado. Era incapaz de defenderse ante seis personas. Rotos los cristales, con la mano del celador atenazándole, los otros cinco entrarían en el interior de un momento a otro. Desesperado, dio un puñetazo al celador. En ese momento, puso primera y aceleró. El coche empezó a atravesar el túnel de lavado, chirriaban las ruedas y los flecos de los rodillos se metían por la ventanilla. Manuel no veía nada, solo apretaba el acelerador, hasta que el coche reventó las paredes acristaladas del autolavado. Con las manos se quitó el agua y el jabón de la cara y miró hacia atrás. Al lado del celador, distinguió por el retrovisor a una de las enfermeras de la clínica. Le recordaba a la Annie Wilkes de Misery: pelo negro por debajo de las orejas, cortado a machete, ojos oscuros, demasiado juntos, como los de un hámster, labios sin perfilar, mejillas prominentes, gorda y de baja estatura. Aceleró, enfiló la autopista y desapareció a toda velocidad. No sabía qué hacer, estaba convulso y un helador escalofrío le recorría de arriba abajo. La adrenalina había hecho que en el momento de la pelea no sintiese dolor alguno, aunque ahora apenas podía moverse y la molestia en la cadera era insoportable. Llamar a sus padres sería una locura, su madre se pondría histérica y su padre movilizaría al Ejército.
Acudiría a la oficina. Llevaba tres meses sin ir a raíz del ingreso hospitalario y aún le quedaban varias semanas de baja, pero no podía arriesgarse a volver a su apartamento. En la sede de su empresa, una multinacional china de literatura sobre parapsicología, había un cuarto con cama y baño para emergencias que casi todo el mundo solía utilizar de picadero. Después de un par de horas dando tumbos por la ciudad, dejó el coche en el aparcamiento de la oficina y bajó al sótano, donde se encontraba la habitación. Al menos, pensó, nadie le vería ni le haría incómodas preguntas. Se tumbó en la cama y puso la televisión para matar el tiempo.
La Policía advierte a toda la población de la llegada al país de Martina Stevenson y Peter Bolich, miembros de una peligrosa organización terrorista internacional que hunde sus raíces en la noche de Walpurgis, que se celebra entre el 30 de abril y el 1 de mayo y persigue la resurrección de Lucifer en la Tierra.
Las fotografías que aparecieron en el televisor se correspondían con la enfermera y el celador del túnel de autolavado. El presentador dijo que venían de los Cárpatos, donde la secta tenía su centro de operaciones. ¿Por qué estaban persiguiéndole? No recordaba por qué se había roto la cadera, solamente que había pasado mucho tiempo en el hospital, aunque la información era confusa y todo daba vueltas en su cabeza. Miró a su alrededor. Sí que le resultaba familiar la estancia, cuatro paredes blancas acolchadas y una puerta de metal con un agujero en el centro. Por el recoveco se vislumbraba a un grupo de personas con batas verdes. Se sentía seguro, estaba en casa.
Estimados estudiantes de psiquiatría clínica, tenemos aquí un caso de demencia paranoide aguda motivada por la influencia negativa que se establece al contraponer la psique de un espíritu, la desencarnada, y la de una persona, la encarnada. Se llama Manuel Stevenson Bolich, de padres transilvanos, y lleva internado en este sótano más de 15 años. Cree que una enfermera y un celador le persiguen y que quieren adueñarse de su corazón puro. En breve le suministraremos arsénico en vena para que finalmente se reúna con los acólitos de Walpurgis.
A la enfermera
Annie, haz el favor de comenzar con el procedimiento. Comenta al celador que quiero que el caso esté resuelto cuanto antes para que la habitación esté libre en breve.
A los estudiantes
Pueden echarle alpiste o palomitas.
Bote de alpiste a seis euros, como el túnel de autolavado de la esquina, y bolsa de palomitas a dos, que está de oferta. En esta otra sala, tenemos…
Eduardo Viladés
Escritor, dramaturgo, director de escena y periodista con más de dos décadas de trayectoria profesional. Ganador de prestigiosos premios internacionales de teatro y literatura, Eduardo Viladés cultiva el teatro largo, de medio formato y de corta duración. Sus obras se representan en España, México, Perú, República Dominicana y Estados Unidos. Compagina su labor como dramaturgo y director de escena con el periodismo (Licenciado en la Universidad de Navarra, Máster en la Universidad de Valencia, Máster en la localidad italiana de Urbino, etc), área en la que cuenta con más de 23 años de trayectoria profesional en diversos países del mundo como reportero, editor y presentador de TV. Ha vivido en Reino Unido, Italia, Bélgica y Francia. También es experto en periodismo cultural y documentales de sensibilización social, un artista polifacético. Web – Linkedin – Instagram
Foto de portada: Alejandro Ramos Corral – Instagram
Explorador de una realidad habitada por reflejos elocuentes y superficies sustraídas a la mirada común.