El duque de Windstagran montó su brioso corcel, gallardo y con decisión. Era un espléndido día para acometer la noble tarea que torcería su destino. Su familia venida a menos, le agradeció de antemano los servicios. Tal vez era el último abrazo el que sus padres le prodigaron. La misión era riesgosa, mas sortearla lo llenaría de gloria y riquezas. Debía dar fin al dragón del enorme castillo conocido como Fort Night y liberar a la doncella en apuros, la amantísima princesa de Snaptchia.
Con su espada y su escudo relucientes, los pueblos lo vitoreaban a él, intrépido caballero que vencería a tamaña criatura legendaria. Su hazaña trascendió fronteras mucho antes que sucediera, contradiciendo la prudente máxima de que los muertos se cuentan fríos. Los aldeanos, ávidos de novedades twittearon a otros confines la epopeya de nuestro héroe que pronto se convirtió en odisea.
El grupo conservacionista #mitology elevó una queja airada contra aquél que alzaba sus armas contra la gran bestia alada y en peligro de extinción. Enseguida se aliaron los furibundos militantes de noblezano.com y desde palacios allende los mares, el lema “Dejad que las princesas mueran” fue trend topic en cuestión de pocas horas. La Asociación Nacional del Rifle (NRA) aprovechó la situación y metió baza para acabar por las malas con la competencia de armas blancas.
Algo sospechó el duque cuando acostumbrado al dulce sonido de los clamores, descubrió que en la siguiente villa, a su paso cerraban puertas y ventanas. Las calles estaban desiertas y una roca de considerable tamaño hizo latoso sonido al golpear sobre la coraza que protegía su espalda.
Los informativos edad mediáticos recogieron la noticia cual cuerpos prestos a acabar con su víctima aunque aún respirara. La gente hizo otro tanto, organizando marchas de repudio contra el aspirante a guerrero ahora convertido en villano. La información dio la vuelta por todo el plano terráqueo y hasta se hicieron eco de ella los inmemoriales paquidermos que sostenían el orbe apoyados sobre el lomo del gran quelonio voraz. Psicólogos y clérigos por igual, hablaban de delirios de grandeza, del Síndrome de Ubris y de atentar contra la gloria del Señor desafiando sus designios por medio de la soberbia.
En la siguiente comarca se salvó por los pelos de furibundos campesinos con tridentes y antorchas que ya había montado en la plaza central del pueblo un tenebroso cadalso con el fin de ajusticiarlo. Luego de su ida continuaron con su tarea habitual, que era el escarnio de los de fans de las hogueras contra los dueños de las fisgas y por supuesto que también ocurría la operación inversa en una eterna disputa sin posibles ganadores.
Desde los bosques oscuros que rodean el Fort Night, una raza milenaria opera oculta desde sus chozas, a la azulada luz de sus pantallas con conexión de banda ancha de infinidades de megas. Son los trolls que nunca verán el día pues la luz de la alborada suele convertirlos en piedra. Más de corazón siempre han tenido un cascote y sus torpes manos babosas se mueven sobre el teclado con pasmosa habilidad calumniando e injuriando a quienes osan emprender una aventura.
Se dice que en el bastión fortificado no existe monstruo ninguno, salvo un par de pichichos hambrientos de medianas proporciones. Del dragón que muchos afirman haber visto, se sabe a ciencia cierta que es una proyección 3D elaborada por gamers e ingenieros digitales, con sonido surround THX realmente aterrador, para espantar a curiosos y perdidos. Tampoco la princesa es tal, sino una bruja decrépita que seduce a los incautos con los filtros de unas apps creadas por hechiceros, para darle belleza eterna que nunca va a ser real.
El duque fue ajusticiado muy cerca de su objetivo por una implacable avanzada de elfos, muy bellos en su exterior más repugnantes por dentro, que negociaron su muerte con sus otrora rivales. Flechas envenenadas atravesaron la armadura del jinete y también a su caballo; más esto último fue tachado del informe pormenorizado que llegó al rey, por temor a la reacción desproporcionada de los Protectores de Equinos.
Caen los cuentos de dudosa moralidad y mensaje esquivo bajo el odio de supuestos escritores de no más de seis líneas, a menos que abran el hilo. También están en sus miras ficciones de fantasía, dramas reales, historias que no son de su agrado y hasta teorías científicas que atentan contra sus creencias. El odio al odio no se anula, sino más bien se potencia. Las moles rocosas que llevaban en pasados las de perder y supieron aterrar la foresta han evolucionado sus técnicas con armas de destrucción masiva. Los troles se han puesto de moda y exhiben con orgullo sus formas irregulares y amenazantes.
En el centro del poder, donde el monarca decide destinos, una guillotina virtual titila cuando la señal no es buena, pero el filo de su hoja resplandece día y noche cual enfermo faro, dispuesto a cortar cabezas, de nobles y de plebeyos, de seres imaginarios o no, de inocentes y culpables. Más antes que el peso de tan siniestra máquina cercene la cabeza del cuerpo cumpliendo su impía misión, los cómplices se encargaran que el reo, suba al patíbulo abatido, habiendo perdido por siempre su reputación, lo que queda de su orgullo y estando cien por ciento seguros de haber destruido su honor.
Martín Troncoso
Martín Troncoso nació en 1969 y desarrolló sus trabajos de guionista en diversos medios argentinos de la ciudad de Buenos Aires: radio (Rock & Pop), gráfica (Humor, Página 12) y TV (Medios Locos- Canal A), donde también escribió una importante serie de documentales históricos. Docente de Opinión Pública y Publicidad en la Universidad de Buenos Aires (1999-2001) a los 51 años sigue trabajando en publicidad y acaba de obtener la licenciatura en Ciencias de la Comunicación. En 1999 publicó el libro humorístico “Obras Completas de Sócrates (Editorial Distal), del que hoy en día reniega. Durante la pandemia obtuvo ocho palmares en distintos concursos literarios en distintos países (Argentina, México y España)