Aunque no las sintiera, mis piernas aún respondían a mis deseos llevándome por la avenida Santa Fé camino al subte D. Tenía motivos para estar comprometido con la causa y buscar llegar hasta las últimas consecuencias, pero el método de Cárdenas no era el mío. Sabía que podía pedirle que me disculpara. Él era el hombre de acción entrenado para estar en el medio de este tipo de situaciones mientras que yo estaba preparado para seguirlas a una cierta cantidad prudente de pasos.
Mis piernas no cesaron un instante camino al subte. Cárdenas no tenía a nadie más y para ser sinceros, sentía que le debía una, (la noche con Jésica no hubiera pasado jamás de no haber estado involucrado en todo esto).
No eran las siete todavía y el sol ya nos había abandonado. El día había comenzado con buenos augurios, o al menos eso quería pensar, pero a medida que avanzaba la noche y el frío se intensificaba sentía que la oscuridad nos iba ganando.
¿Por qué le habían disparado al Gordo? ¿Por qué había desaparecido la mujer de Genaro? ¿Y por qué ella me hacía acordar tanto a alguien? ¿Por qué Jésica apareció así de repente y arreglada? ¿Por qué pasó la noche conmigo? ¿Por qué Armenteros estaba tan interesado en lo que le pasara a Cárdenas? ¿Quiénes fueron los que lo raptaron? ¿Por qué no lo mataron? ¿Por qué sí murió Amanda? En un policial normal el crimen era uno solo así como el motivo y la respuesta final y no un cambalache donde todo diera lo mismo.
Al poco tiempo de haber empezado mi carrera como periodista ya trabajaba con el Gordo quien llevaba varios años de experiencia en esto. Nos tocó cubrir un hecho más de violencia en el fútbol que a la semana había pasado al olvido. Recuerdo haberle preguntado que por qué si todos estaban hartos de los barras bravas nunca pasaba nada. “Porque esto es Argentina, nene” me contestó “Acá las cosas nunca son sencillas. El cambio para mejor es solo una ilusión que hace que todos se levanten de sus camas y tengan algo qué hacer, algo qué comentar, algo por qué quejarse. No saben hacer otra cosa y si salieran de esa zona de confort se volverían locos, se preguntarían ¿y ahora qué? Todos quieren vivir mejor pero casi nadie está dispuesto a pagar el precio.
“Mejor es quedarse en el molde y decir “y… es así” o “viste como es Argentina” enarbolando un orgullo nacional pedorro de dos mangos queriendo convencerse de que todo este quilombo es algo hermoso y poético, una excusa mediocre para olvidarse de la cruda realidad que por un celular te bajan en cualquier esquina del conurbano porque no quisiste que se invirtiera en educación”.
El subte me había servido de refugio al igual que la gente que vivía en la calle y algunos niños cartoneros. Bajé en Tribunales y tomé por Libertad hasta Perón. Crucé y doblé a la derecha hasta mitad de cuadra. No había nadie alrededor tan solo una luz del estacionamiento de enfrente y el bar de al lado. Cárdenas me chifló desde la puerta. Crucé y entramos. Ninguno habló hasta pedir un plato caliente y una botella de vino para compartir.
-Tomá –le dije devolviéndole el arma envuelta en un pañuelo.
-Quedatelá, puede que la necesites.
-¿Qué más querés que haga, Ernesto? Desde que me llamaste hace veinticuatro horas, más o menos que me pasaron más cosas que en los últimos diez años.
-Deberías considerar cambiar de profesión –interrumpió.
-Estoy agotado como para hacer chistes ¿Qué más puedo hacer? El Gordo está en terapia intensiva y a vos casi te matan ayer.
-Blas, yo te quiero agradecer por todo lo que hiciste hasta ahora. No es necesario que hagas nada más pero sí sabé que de todas maneras ya estás comprometido igual que el Gordo, igual que yo, igual que tu amigo del diario.
-¿Márquez?
-El pibe, sí. Mirá, hermano, desde hace días que todo es un quilombo y a fin de cuentas pareciera que el único tipo con algo de razón acá es Armenteros.
-A vos te golpearon fuerte la cabeza.
-No, por mucha bronca que me dé reconocerlo, el tipo tiene razón, no tuve los huevos suficientes como para ir al fondo de todo esto.
-¿Por qué te dijo eso?
-Porque es verdad. Dutari y Vega están implicados con lo que pasó en el caso Tesone y tienen que dar respuestas. Mañana voy a hablar con Cabañas y le voy a mostrar las pruebas. Muchos ven a la policía como corrupta y es por tipos como este que nos manchan a todos. Pero los vamos a limpiar.
-¿Vos pensás que actuaron solos?
-Se saben cubrir, pero si esto lo supiese Cabañas los mete en cana en un segundo, lo que pasa es que no puede estar en todos lados.
-Quisiera tener tu confianza.
-Vos porque no estás adentro, sos periodista y comprás lo que después vendés al público y lo respeto porque sé que tenés tus razones pero si estuvieses inmerso como yo, no pensarías igual, creeme.
El mozo trajo la comida y el vino.
-Ahora cenemos y olvidémonos de todo, mañana se termina todo este asunto.
-Brindo por eso.
Alzamos las copas, tomamos y las apoyamos haciendo ruido en la mesa. Por una hora y algo logramos olvidarnos del frío y de los últimos días.
A la salida compartimos un taxi, cada uno estaba tirado a un costado del asiento trasero casi dormido. Aún no daban las diez y ya nos estábamos listos para entrar en sueños y olvidarnos de todo este asunto el cual terminaba de manera sencilla, sólo faltaba resolver el tema de la desaparición de Alicia Rosado, la mujer de Genaro, pero eso era otra historia que, con la venia de Cárdenas y del propio Genaro, podría hacerla pública en los medios para alzar la alarma.
Cárdenas bajó del taxi dejando en el asiento doscientos pesos de prepo que eran poco más de la mitad de lo que saldría una vez que llegara al pasaje Del Signo. No estaría lo suficientemente ebrio o querría quitarse el mareo con la briza de casi menos cinco grados con un paseo por el barrio. Andá a saber que le pasaba por la cabeza.
Unos diez minutos más tarde ya estaba subiendo a mi casa. Lancé el sobretodo en la silla sin importarme que se cayera segundos luego y me desplomé sobre el sillón, no tenía fuerzas ni para lavarme los dientes, cambiarme o siquiera llegar al cuarto, mañana sería otro día, un domingo de fútbol y de tranquilidad, el domingo sería un gran día.
Sacó su pipa y la encendió a riesgo de que se le congelara la mano. Bajó por Coronel Díaz hasta la Plaza Las Heras. Entrando por el costado recordó que cuando era un niño su viejo, Francisco Cárdenas, le había contado acerca de la cárcel que funcionó en lo que hoy era la plaza hasta los setenta más o menos. La penitenciaría nacional también conocida como La Peni o La Tierra del Fuego porque decían que se parecía a la de la provincia.
Cárcel devenida en parque con canchitas de fútbol, escuelas, el Lenguas Vivas y una parroquia, donde la gente bien iba a expiar su semanalidad de buen pasar. Cárdenas pasó intentando bordear a un séquito que salía del servicio. ¿A quién le estarán rezando a esta hora? Dios no debe de estar con este frío pensó. Los rostros sonrientes se saludaban y deseaban amor y un hasta-mañana-si-Dios-quiere.
Un nene corría de un lado al otro de la reja que separaba la parroquia de la calle pidiendo una moneda con un vaso de plástico de McDonald’s. La madre, sentada a media cuadra debajo de una manta gruesa, fumaba un cigarrillo que minutos antes había levantado de la calle, todavía encendido, y expulsando el humo para el otro lado de dónde el hijo pedía una limosna. Se le acercó a Cárdenas extendiendo el vaso sin decir una palabra.
-No tengo, nene. Perdoná –le contestó casi haciendo sonar ese perdoná como real.
El nene no dijo nada, casi como esperando la respuesta siguió deambulando entre negativas y omisiones.
Cárdenas caminó por la callecita de adentro del parque para ver un rato a los pibes que estaban jugando, por alguna razón, con este frío. Se quedó un rato viendo uno de los partidos mientras terminaba el tabaco de su pipa. Al fondo, pasando las canchitas, vio algunas de las palmeras, que según su padre, eran de cuando estaba la cárcel.
Cárdenas subió por el ascensor de su edificio. Bajó en el décimo tercer piso. Cerró la puerta del ascensor. Una luz proveniente de su departamento se apagó instantáneamente. Cárdenas sacó la reglamentaria que Berisso con la calentura se había olvidado de pedirle. Puso suavemente la llave en la cerradura y giró despacio una vez. Otra vez. Clic. Golpeó con el hombro izquierdo la puerta e irrumpió en su domicilio. Buscó el interruptor de la luz del living pero no podía encontrarla.
-¿Quién carajo anda ahí?
Cerró la puerta con vehemencia detrás de él con la pierna izquierda mientras seguía buscando el interruptor.
-Salí con las manos en alto, hijo de puta.
Del pasillo apareció una sombra esbelta que parecía tener las manos en alto.
-Date vuelta y agachate con las manos en la nuca.
Finalmente encontró el interruptor. La luz le lastimó un poco los ojos pero el intruso no se animaba a hacer ninguna locura.
Cárdenas se acercó despacio. Su presa tenía un jogging y buzo con capucha gris. En el bolsillo del pantalón se distinguía la insignia de Midfields.
-Bajate la capucha despacio.
El intruso le hizo caso y se descubrió una cabellera corta de pelo negro y un cuello delicado, femenino con aros muy particulares en las orejas.
Cárdenas se detuvo justo detrás y observó por un instante esos aros. Los conocía. Eran los aros de aniversario que Amanda le había devuelto cuando terminaron.
La furia estalló en él y le apoyó con fuerza la pistola en la nuca.
-Tenés cinco segundos para explicarme quién mierda sos y qué carajo estás haciendo acá.
-Ernesto –dijo con esa voz fina y dulce de siempre- Necesito tu ayuda.
Las piernas se le aflojaron a Cárdenas y la pistola cayó al piso, menos mal que tenía puesto el seguro.
Una hora más tarde, lo sé por el reloj electrónico que estaba sobre el mueble del living, sonó el celular, instintivamente atendí sin querer hacerlo. Cárdenas hablaba ininteligiblemente, casi que podía sentir el aliento a alcohol en cada palabra que salía de su boca.
-Ernesto, estoy quebrado. La seguimos mañana ¿Si? –el eco de mi voz me hizo pensar que estaba en altavoz.
Con una solemnidad inusitada me pidió que fuera aduciendo algo imposible y aun así veraz a pesar de su estado. Salí disparado hacia su casa sin medir cansancio ni esfuerzo. Cuando creía que el partido ya estaba en las últimas, no va uno a sacar una jugada de la galera arrastrándonos hasta el alargue.
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