“Continuad contaminando y corrompiendo vuestro lecho y cualquier noche moriréis ahogados en vuestra propia suciedad”.
Seattle, Gran Jefe de las tribus amerindias Suquamish y Duwamish.
Mayaiki se levanta después de revolverse incesantemente en la estera, cuidando de no despertar al resto de su familia que duerme apaciblemente. Durante unos segundos queda sentada en el borde, estabilizando el equilibrio. Pestañea varias veces. Todavía está obscuro. Debe tomar la corriente verdeazulada que comienza en el pantano de intrincadas faringes y termina en las costas blanquísimas de la bahía, sin que nadie la escuche.
El islote está situado frente a los saltos del río, una pequeña catarata donde el agua da feroces respingos. Mayaiki camina sigilosamente entre las siembras de maíz, un cultivo tan ancestral como su pueblo. Observa soñadora la inerme y silenciosa aldea tekesta, asentada en un lugar pleno de manantiales y afluentes, al este de los tremedales del río Miami, cuya desembocadura se pierde en el agua salada.
La muchacha respira profundo llenando de aire los pulmones y ajusta en la frente el sencillo ornamento de plumas de colores. Saca la canoa y, una vez que la tiene en el agua, seca el sudor producto del esfuerzo. A la luz de la luna resplandece la dermis cobriza. Los ojos inquietos recorren los techos de paja que se amontonan en la pradera de pinos, espejándose en la límpida corriente de agua dulce.
Sentada en el suelo de barro apisonado ha escuchado narrar a los viejos antiguas leyendas. Desde pequeña, Mayaiki sueña con llegar hasta Mayab, cuna de sus antepasados y lugar de bellas y grandiosas ciudades. Solamente los varones escogidos, capaces de enfrentar el agua brava, hacen el viaje. A sus trece, ha sido testigo de varias visitas de los ricos navegantes del otro lado. Admira el boato, el colorido de la ropa y la majestuosidad de los accesorios lucidos por los extranjeros. Por un breve instante resiente ser mujer. Claramente, ella no puede navegar en las rutas de corrientes saladas que los conectan.
Ligeramente estremecida por el frescor del amanecer, voltea su mirada para observar el paisaje: río, pantano, mar… siempre agua. Sigue remando. Su meta es alcanzar el cayuelo que está a un tiro de piedra y, sin embargo, lo suficientemente lejos para albergar el círculo mágico. Empieza a amanecer cuando llega. La luz se impone ante la niebla que, obstinada, se revuelca por la arena enganchándose en sus pies. Siente un frescor que la hace tiritar. Hunab Ku se agita en lo alto. Su albor dibuja arcoíris en los charcos de la playa y en las pequeñas olas donde pugna el agua dulce y la salada. La espuma deja una estela matizada de conchitas y caracoles.
El círculo la acerca a sus orígenes y desborda su talento. La achatada pero armónica nariz y los ojos oscuros, sumados al negro intenso del cabello, reiteran el pasado. El círculo es un lugar antiquísimo, cuyo trazo redondo ha sido cortado en piedra caliza. Ella está convencida de que sus creadoras fueron mujeres.
Mayaiki se mueve con soltura entre los huecos de corte irregular, con postes alineados para rendir culto al dios sol… ojo, corazón y centro universal. Lo que una vez fue un sitio ceremonial, ha sido abandonado y ahora está rodeado de leyendas y protegido por los duendes del humedal. Los únicos ruidos son los provocados por las aves zancudas, las garzas y los pelícanos. A veces, algún delfín o manatí le llegan cerca.
La muchacha hurga entre la hierba y consigue el saco de piel que contiene el trozo de madera, varias hachas engastadas en palo, piedra y concha marina y, además, algunos cuchillos de pedernal. Con uno pequeño repuja las pequeñas superficies. Su cara resplandece, concentrada. Con pigmento rojo moja el índice y colorea. La pieza está lograda, casi existe. El espíritu de la figura impregna la materia. La imagen posee alma así como el río, el árbol, la cascada, el manatí o ella misma, todos dioses pasajeros, fuerzas vivas.
Mayaiki cierra los ojos pronunciando una súplica, un poco de clemencia. El universo parece girar. El aire embravecido arrastra todo. Dolor, mucho sufrimiento llevan las flechas de puntas encendidas. La madre naturaleza llora desgarrada. Hunab Ku calienta, calienta, calienta… Gimen los animales y también los hombres. El fin es absoluto.
Es el último sorbo de existencia como la conocen. Lágrimas gruesas ruedan por las mejillas de Mayaiki, cuando la serpiente Kukulkan culebrea entre las manos de la artesana. El héroe del viento, de la lluvia y del cultivo salta redimido, mítico, regio y, se aleja reptando por la verde calzada, como ofrenda de conciliación para evitar la hecatombe.
Notas para el lector
- Mayab es el nombre original de Yucatán en idioma maya
- En lo que se conoce como el periodo clásico terminal y postclásico temprano (aproximadamente entre el año 900 al 1300 de nuestra era), las grandes ciudades de la Riviera Maya tuvieron un enorme apogeo. Las más fastuosas eran Chichen Itzá (Pirámide Kukulkán), Tulúm, Kohunlich o Chacchoben, entre otras.
- Algunas teorías hablan de la conexión Maya con las tribus originarias y menos desarrolladas de la zona de Florida (Tekesta), en un intercambio comercial fluido que se mantuvo hasta poco después de la conquista americana. Es muy posible porque los habitantes de lo que ahora es México, eran expertos navegantes.
- Existen indicios arqueológicos de que en los siglos XV-XVI, la tribu Tekesta estaba radicada cerca de una pequeña catarata, en lo que actualmente sería la 27 Avenida del NW y South River Drive.
- El círculo de Miami es un sitio arqueológico localizado en Brickell Point, conocido como Miami Circle.
- El río Miami atraviesa la ciudad de Miami, Florida, Estados Unidos, de oeste a este, desembocando en la Bahía de Biscayne.
Xiomary Urbáez
Xiomary Urbáez es venezolana. Graduada como Associate in Arts del St. Petersburg Junior College, USA (1983). Es licenciada en Comunicación Social, de la Universidad Católica Cecilio Acosta (1998), Venezuela. Tiene un Diplomado en Comunicación, Medios y Política (2010-2011) de la Universidad Católica Andrés Bello-Centro Gumilla, Venezuela. Ha experimentado con todas las facetas de la información en Venezuela. Como docente, ha dictado cátedras en universidades y colegios universitarios de Venezuela. Su primera novela Catalina de Miranda, (Planeta Venezuela, 2012) fue finalista del Premio Iberoamericano de Narrativa Planeta-Casa de América 2012. Otras de sus publicaciones son: El Viaje Emma (Planeta Venezuela, 2013); El Juicio de Friné (Diversidad Literaria, España 2014); El Hada del Gran Río (Editarx, España 2014); La Niña de la Parra (Editarx, España, 2015). Pintores y Poemas (Edición Aniversario Clínica Razetti. Venezuela, 2018). Pánico (Antología red de Bibliotecas Públicas, Netanya. Israel. 2109). De Sombras y Plegarias (Ediciones Literarte, Argentina. 2020). Es conferencista y colabora con cuentos, ensayos, críticas y relatos en diarios, revistas y páginas web.