Qué nochecita, dijo Remedios restregándose los ojos. Apagó el despertador y volvió a acurrucarse entre las sábanas, deseando que se desatara una tormenta que pudiera servirle de disculpa para llegar tarde a trabajar. Empezaba a adormecerse cuando un fuerte estruendo iluminó la habitación. Saltó de la cama y corrió a asomarse a la ventana. El cielo se derretía. Encendió la luz y miró el reloj. Eran ya las seis y media de la mañana.
Por más que me apure no podré estar lista para llegar a las siete. Si cuando menos estuviera ya bañada y arreglada, se dijo con fastidio. Estiró los brazos sobre la cabeza y, dando un gran bostezo, se encaminó hacia el baño. Al abrir la puerta vio su imagen reflejada en el espejo que colgaba del muro. Estaba completamente vestida. Uniforme, medias, zapatos, todo blanco y en su lugar. Todavía un poco adormilada, sacó la capa del closet y se la echó sobre los hombros. Buscó el llavero, su bolsa, el paraguas y, después de cerrar con doble llave la puerta, bajó las escaleras.
Había arreciado la lluvia. Si cuando menos pudiera conseguir un taxi, pensó. A los pocos minutos, el sonido de un claxon la hizo volver la cabeza. Era un auto pequeño, verde con blanco, que estaba esperándola del otro lado de la calle. ¡Un taxi!, se dijo. ¡Qué suerte! Cruzó de prisa entre charcos y automóviles. Ni tiempo había tenido de abrir el paraguas. Subió al taxi y le dijo al chofer:
-Gracias, joven. Por favorcito me lleva de volada a las calles de Durango y Sinaloa, ya se me hizo re tarde.
Volvió a mirar el reloj y murmuró en voz baja: ojalá que cuando menos pudiera volar esta carcacha. Se rió de su ocurrencia. Estaba empapada, sintió frío y se envolvió en la capa. Recargó la cabeza en el plástico roto del respaldo, y cerró los ojos. Sintió un ligero mareo y un hueco en el estómago. De inmediato escuchó decir al chofer:
-¡Servida, seño!
Incrédula, miró hacia fuera por el cristal opaco de la ventanilla. En efecto, el letrero iluminado del hospital le confirmó que ya estaban frente a las puertas del sanatorio. Pagó apresuradamente al chofer y entró corriendo por la puerta principal. Le pareció extraño que en el reloj de la recepción faltaran todavía diez minutos para las siete. Pero, no tuvo tiempo de hacer elucubraciones. Por el pasillo venía a su encuentro la figura calva, encorvada y cascarrabias del director, envuelta en su bata blanca tiesa de almidón. Remedios deseó que cuando menos por una vez fuera amable con ella.
-¡Muy buenos días, Remeditos!, -escuchó sorprendida decir a un cantarín y sonriente doctor Fernández-. Mire nada más cómo viene, muchacha. Ande, vaya a secarse, no sea que se nos vaya a resfriar.
A Remedios no le salió la voz. Por toda respuesta logró mover la cabeza en forma afirmativa y hacer un gesto que quiso ser una sonrisa. El director continuó su camino, no sin antes recordarle, dándole una afectuosa palmadita en el hombro, que la esperaba en el segundo piso para la revisión de los pacientes operados el día anterior.
Mientras caminaba hacia la sala de enfermeras, se decía: no puedo creerlo, viejo hipócrita, es la primera vez en dos años que me da los buenos días. ¡Re-me-di-tos!, sí como no, ojalá que cuando menos se haya mordido la lengua y tengan que cosérsela. Cuando llegó al guardarropa se quitó la capa, la sacudió con energía, y la colgó en el perchero. Lanzó una mirada rápida al espejo para arreglarse el cabello y la gorra. Hizo un buchecito de saliva, humedeció uno de sus dedos y se alisó las pestañas. Tras darse unos ligeros pellizcos en las mejillas, se dirigió al segundo piso. Como era su costumbre, subió por las escaleras.
-Buenos días, manita –dijo, dirigiéndose a la jefa de piso-. ¿No has visto al doctor Fernández?
-Buenas, Reme. Ay, tú, quién sabe qué le habrá pasado al pobre caireles. Apenas hace un ratito que subió. Hasta lástima me dio el canijo viejo. Fíjate, que traía un pañuelo en la boca. Dizque van a tener que coserle la lengua.
Remedios sintió que se le encendía la cara. Órale, exclamó para sus adentros, abriendo desmesuradamente los ojos y agitando en el aire su mano derecha. Sin hacer comentario alguno, fue a prepararse para revisar a los enfermos.
Estaba nerviosa. Muchas cosas extrañas le sucedían aquella mañana. Por ahora tengo que ponerme a trabajar, ya luego veremos, pensó. Mientras preparaba el instrumental, un escalofrío le subía lentamente por las piernas. Tenía los zapatos empapados. Si cuando menos trajera mis adoradas pantuflas, se dijo. Colocó en el carrito los materiales de curación, se acomodó en el cuello el estetoscopio y caminó despacio con rumbo a las habitaciones de los enfermos recién operados.
-Pero mujer, ¿estás loca?, -le gritó una de sus compañeras, al verla caminar por el pasillo-. Cómo se te ocurre venir en pantuflas. Nomás deja que te vea Fernández. Y, a ver si te apuras, chulis, la paciente del 201 ya tiene rato pidiendo el cómodo.
Remedios miró sorprendida sus pies cubiertos de peluche rosado. Se cubrió los ojos con la mano y deseó recuperar de nuevo sus zapatos blancos. Con un suspiro celebró volver a sentir los escalofríos. Cuando llegó a la habitación 201, una mujer enfurecida que se tiraba de los cabellos la recibió a gritos desde la cama.
-¡Oígame, fámula desvergonzada!, pues qué se ha creído. Tal parece que estuviera yo en un hospital de beneficencia. Hace casi una hora que estoy pidiendo el cómodo. Son una sarta de incompetentes. Inútiles, no sirven para nada. Ni por el dineral que le sacan a uno. Me quejaré con el director. ¡No faltaba más!
Sin responder una sola palabra, Remedios le retiró las sábanas, le colocó el recipiente y, frunciendo ligeramente la boca con una sonrisa maliciosa, comentó para sus adentros: miona pirrurris, allí está tu maldito cómodo, si lo que querías era orinar lo harás como elefanta de circo, cuando menos…
La mujer empezó a dar gritos en señal de auxilio. El líquido amarillento había rebasado el recipiente, empapaba la cama, y escurría por los barrotes de metal, saliendo hasta el pasillo por debajo de la puerta.
Con toda calma, sin alterarse en lo más mínimo por el escándalo que hacía la enferma, Remedios llamó por el aparato de intercomunicación al personal de limpieza y, con una mirada de burla, se despidió de su paciente. Estaba convencida de que había adquirido una nueva facultad, y de que el momento había llegado de ponerla en práctica con algo verdaderamente importante.
Regresó a la sala de enfermeras tratando de ordenar sus ideas. Estaba inquieta, su cuerpo se estremecía con una risa nerviosa. Un tamborileo le subía del pecho a la garganta, y tenía las manos sudorosas. Caminaba de un lado al otro de la sala, dándose ligeros pellizcos en los brazos. Por fin, se dejó caer agotada en una silla. Tenía miedo de pensar, de equivocarse, de imaginar algo que pudiera perjudicarla. Finalmente, decidió que lo mejor sería resolver primero su situación laboral, hacía ya tiempo que le habían ofrecido una promoción. Si cuando menos me dieran el ascenso que me han prometido, murmuró pensativa. La voz en el sistema de intercomunicación la sacó de sus elucubraciones:
-Remedios Saldaña, favor de presentarse en Recursos Humanos, con el licenciado Armendariz.
-¡Armendáriz! ¡Es el jefe de personal!, y quiere verme.
Salió de prisa hacia el quinto piso. La emoción la invadía. No era capaz de pensar en otra cosa que no fuera su ascenso. Se mordía las uñas y se rascaba la cabeza. Iba tan distraída que, contra su costumbre, subió por el elevador. Sin darse cuenta oprimió el botón de la alarma.
Al escuchar el sonido del timbre y darse cuenta de que estaba en el elevador el pánico la invadió. ¡Es un terremoto!, gritaba desesperada, golpeando con los puños las paredes de metal para que la sacaran de su encierro. Soy una tonta. No sé cómo me trepé en esta jaula. Si cuando menos estuviera en las escaleras, se repetía, mientras gruesas lágrimas se abrían paso por entre sus párpados cerrados.
Cuando volvió a abrirlos, se encontraba enterrada entre los escombros de trozos de cemento y hierros retorcidos de las escaleras derruidas del hospital.
Ornela Arvil
Concepción Roldán Archundia. Mexicana. Interprete, traductora y correctora de estilo.
Diversos cursos y talleres de Redacción Literaria (Casa Lamm.-Centro de Cultura.México, Taller literario del Maestro Guillermo Samperio), Primer Premio de Cuento Ediciones “Botella al Mar” México. Co-autora de “Énfasis.- Voces a tres manos” México, 2014. Finalista con Mención Especial en el Premio Literario Luigi Pirandello.- Rostros y Máscaras en Busca de Autor.- Mendoza, Argentina, diciembre de 2017. Tercer lugar en el I Concurso Literario de Relatos Breves Biblioteca Pública de Netanya.- Israel, octubre 2019. Tercer lugar en el Concurso Literario, Edición 2019.- Biblioteca Popular del Paraná, Argentina.