Madrid, 12 de mayo de 1998
Néstor, querido amigo e imprescindible editor mío:
Preparando el cuento que me pediste para el cuadernillo veraniego de La Prensa, me he aprovechado de un precioso vals peruano. Así que deberás mencionar al publicarlo, supongo, a Mario Cavagnaro y Los Troveros Criollos y tal vez recordar a la Pradera y a Almodóvar, que han añadido un poco más de hermosura a esos sonidos.
Viendo llorar a mi sobrina, inmóvil ante la caja vacía de un rosario y una foto de su madre, soñé que sus lágrimas son gotas de una historia caudalosa, en la que se han ahogado muchos sentimientos. También los suyos. Y los míos cuando oí sus sollozos.
Te mando un abrazo.
***
El rosario
De cómo cosas que vemos fueron vistas antes
1
Burgos, 21 de mayo de 1581
―Es singular esta piedra que me traes, Amadeo. No es brillante ni cristalina, pero asombra más que todos los rubíes o zafiros que nunca haya admirado.
―Lo supe, maestro, cuando vi un punto en una bola de barro que era cosa distinta, aunque no conozco ni puedo nombrar su color.
―No hay color Amadeo, en esta piedra están todas las gemas, por eso es incolora, por vivir todos los colores en ella, y, así, en ella están todos los brillos de la naturaleza que nos ha sido dado admirar.
―Pensé que sería un color solo para los ojos de quienes tienen este oficio. Debe saber, maestro, que desde que me acogió en su taller, no levanto la vista del suelo imaginando apagados brillos que antes no veía.
―Eres un buen aprendiz, hijo, eso sí puedo verlo.
―¿Creéis, maestro, que sea una piedra enviada por un ángel desde las estrellas? Mirad que yo eso lo he soñado.
―Yo sé, fiel discípulo, y no sé otra cosa, que las estrellas son la materia de la que nuestro oficio se alimenta y que es una estrella lo que has encontrado. Con ella engarzaremos el más raro y bello camafeo que un orfebre de Castilla haya ingeniado.
2
Manila, 23 de diciembre de 1626
Así decido: mis escasos haberes, no siempre cabal resultado de mis destrezas y oficio, serán para el monasterio de San Agustín. Cuando partimos desde Sanlúcar, hace seis años ya, buscando el futuro en estas tierras filipinas, supe que no tendría retorno esta aventura, que mi señor, guiado por sabrá Dios qué demonio emponzoñador de la razón, quiere a toda costa cumplir. Sólo pediré al abad que el camafeo sea tratado de una especial manera, que sea él en su excelencia quien lo transforme en un crucifijo y que lo porte dondequiera que la palabra de Nuestro Señor lo lleve. Que sirva eso para redimir, si es mi merecimiento, mis días de lupanar, taberna y juego, en los que, embriagado por esa luz ligera y oscura que su piedra destila, gané en apuesta la joya.
3
Arequipa, Monasterio de Santa Catalina, 6 de julio de 1789
Estas manos que tengo pueden hacer trabajos delicados, soy mañosa, haré un rosario para mi señora. El crucifijo es extraordinario y ella, infortunada, confinada en este Monasterio aun siendo su cuna la más principal familia arequipeña, podrá sentir el brillo palpable de esa piedra extraña, los soles y las lunas que la llenan. No será un rosario opulento, pero sí de fina fábrica: usaré las cuentas de madreperla de mi collar, aunque no es joya riquísima, que le concederán una belleza humilde. Además, qué importan los añadidos a la piedra del crucifijo, que canta más que brilla en las penumbras de maitines y vísperas.
4
Madrid, 10 de octubre de 1983
Hacía mucho que veníamos advirtiéndoselo: «Mamá, no puedes estar así en la joyería, con todo abierto, recogiendo las colecciones por las noches en el zaguán, sin una caja fuerte, por mucho que esta sea una joyería de barrio». El tiempo nos ha dado la razón, pero nunca imaginamos que se llegara a una situación tan dolorosa. Son criminales sin alma, no era necesario disparar. Les da igual matar que emborracharse en puticlubs junto a sus busconas hasta derrumbarse sin sentido. Animales, bestias, carroña.
No han dejado más que baratijas, pero ha quedado el rosario. Estos tipos sabían que no tiene gran valor, pero para nuestra familia es importante. Se lo queda Leticia; es la mejor hermana que he podido tener. Es poco más que bisutería, y, sin embargo, algo lo hace especial: esa piedra profunda y limpia sugiere magia. Mamá decía que lo trajo el bisabuelo de Arequipa y que allí la piedra era divina, que la llamaban quispe en quechua, y que con ese rosario rezó muchos años en el convento una monja de la familia. Para Leticia es el mejor recuerdo. Y ha tenido una idea perfecta: se lo regalará a Elvira para que lo use en su boda el mes que viene. Es mi única sobrina y quiero su felicidad como si fuera mi hija.
5
Valladolid, 16 de febrero de 1998
Antes querido, quizá, y hoy aborrecido Paco:
No habrá última cita como me pides. No es necesaria. He pasado a recoger todas mis cosas, pero me debes algo. ¿Te acuerdas?: «Devuélveme el rosario de mi madre y quédate con todo lo demás. Lo tuyo te lo envío cualquier tarde. No quiero que me veas nunca más». Siento esta canción hundirse más que nunca dentro de mi alma.
Con toda mi tristeza y toda mi rabia,
Elvira.
Íñigo Redondo Egaña
Lector antiguo y permanente, escritor reciente. Pintor diletante. De formación ingenieril, ha detentado responsabilidades ejecutivas en compañías de consultoría multinacionales que lo han conducido a vivir y trabajar durante largos periodos en distintos países de Europa y Latinoamérica. Ha sido ganador o finalista en certámenes de cuentos o microrrelatos y algunos de ellos han sido publicados en revistas literarias o antologías.