Lo última imagen que tengo de ella fue de año viejo, para mí hace poco que el tiempo es una consecuencia imaginaria de la necesidad del humano por medir todo y controlarlo, mucho amor a las ciencias exactas, que dicen “la realidad”.
Los días fueron pasando no sucedió más, en un ataque de tristeza disfrazada de furia, a causa de una cuestión, tiré todas sus cartas, que me traían sólo lastima, pedían piedad, mendigaban amor. ¿Cómo amar a alguien que no se ama a sí misma? No lo creí posible, en ese entonces para después contradecirme al paso de los meses, se hizo querer.
Tiré las cartas, y a ella más que puta, vulgar o mezquina, la taché de una mujer vacía del alma. Tal vez por un poco de odio, tal vez, sólo fue por tener una excusa para quitarme el amor.
Dos días después buscaba en mi buro libros de poesías, encontré uno, lo abrí, en medio de éste había una rosa marchita, en su portadilla y contraportada un mensaje de ella que se remontaba a un año o dos atrás.
En aquel escrito mencionaba mi sonrisa y lo importante que era para ella y su felicidad. Me costó medio corazón poder amarla, por miedo y desconfianza, a consecuencia de esto el destiempo.
Cuando comencé a leer el libro, muy bien escondidas poco después de la mitad había tres hojas, notas de ella, cartas que tal vez nunca leí. Una llevaba mi nombre en la parte de arriba centrada, las otras se titulaban “Verdades” y “Sinceridad”. No leí ninguna, hasta que en la escuela el aburrimiento me aturdió y saqué el libro.
Mi profesor de economía explicaba un ejercicio de interpoblanción y extrapoblación, pero mis ojos se centraron en las hojas. No sentí nada, y la verdad no sé si deseaba sentir, no tuve ninguna sensación al leerlas, ni lástima que como mínimo me hubiese encantado.
De pronto una mano se deslizó sobre mi mejilla quitándome de encima una muy pequeña lágrima apenas visible. Regresé al mundo real, sin recordar que pensaba, la mano fría de esa vieja amiga logró despertarme de mi trance.
La vieja amiga que nos presentó, me abrazó. El llanto no tenía por qué salir, ella ya no me importaba y por ende ya no la quería. Entonces esa vieja amiga me dijo: -Hace una hora, ella se suicidó-.
Quedé en shock, no sentí el mundo, ni mi respiración, quedé muda, sin sensaciones más que una contracción en el pecho, y probablemente todas las memorias que aún no habían sido bloqueadas. Aun así, el llanto no nació.
Pensé, entonces que tal vez sí el karma no se las hubiese cobrado conmigo, la había amado. No lo sé, a veces el karma y el amor llegan en el mismo paquete, sí pudiese llamar amor a esa desolación de vida que ella pretendía que le diera un sentido.
Guardé las últimas cartas en el libro, lo guardé en mi mochila, salí de la escuela.
Al día siguiente, fui al panteón, y le di la noticia a mi abuelo. Cuando salí del panteón, ella iba entrando, su caravana iba entrando, su familia lloraba desconsoladamente, mantuve mi distancia y me escondí entre las tumbas, dejando pasar a todos. Poco después salí.
Un final triste, pero para mí fue un final feliz porque al fin hizo lo que tanto quiso.
A. Von Libardi
A. Von Libardi nació en Tulancingo de Bravo, Hidalgo, México. Desde los nueve años ha dedicado su ser a la escritura, hoy en día es una escritora y poeta mexicana, de escasos de 23 años, ganadora de Encuentro Nacional de Talento Artístico Estudiantil en la modalidad de Artes Literarias organizado por la ANUIES. En la categoría de novela, con su obra titulada “Noche de amor bajo la luz de la Luna”; en el año 2012. Cuenta, con dos antologías de poemas, una de cuentos cortos, y más de quinientos poemas, algunos publicados en su página de Facebook, y algunas frases en su Instagram; siempre escribiendo sobre el concepto del arte que mira en la mujer, sus escritos se centran hacia la adoración de la índole femenina. Sus escritores favoritos, que le ayudaron a desarrollar su talento fueron Oscar Wilde, Johann Wolfgang von Goethe y Haruki Murakami.
La escritura forma parte de su ser, como un pasatiempo que le da vida, encuentra en este arte todo aquello que llena de magia el universo entero.