Dalamier, aquel loco del arrabal, ya no es perseguido por los titulares de los periódicos: Dalamier, el escultor de barrio, gana miles con su ultima obra; Comprada escultura de Dalamier por el Museo Municipal; Entra en los fondos del Patrimonio Nacional la obra de Dalamier; El intrépido Dalamier gana el concurso internacional de esculturas “Arcilla y Bronce”; Encarga el gobierno a Dalamier estatua ecuestre del General Benguía…. Dalamier ingresa en clínica mental. Y era lo que se suponía habría de sucederle, ¿Qué como lo sé? Porque yo también soy periodista y entrevistador, algo free lance. Pero me tomo en serio mi trabajo, y además, porque somos del barrio, de la misma esquina donde se esconde la pobreza si es que puede ocultarse detrás de las desvencijadas y poco pintadas fachadas. Lo sé, porque me hizo confesiones, moviendo sus inciertos ojos al mandato de la voz, o de las voces (aquí siempre variaba su testimonio) que dice que él solo escucha, ni tú, ni yo, nosotros.
Cuando jugábamos en las correntosas aguas dejadas por las lluvias de verano en las medianamente diseñadas calles, con nuestros barquitos de madera, flotando a la deriva, teníamos que impedir que las mal enrejadas alcantarillas los tragaran… Pero el barco de Dalamier, ese sí era un buen trabajo; adivinaba en la dinámica sometida al equilibrio de sus partes; estaba logrado sin herramientas, y por tanto, tosco como los demás, pero lo diferenciaba la casi calculada osadía ingeniera, el mejor acabado de nuestro astillero infantil.
Cuando le preguntábamos cómo conseguía aquellas formas funcionales, él nos decía: “así no más, oyendo al jefe, mirando”… y entonces nos reíamos, nos burlábamos, no sabíamos que sí, que tenía un superior que le aconsejaba, postergado por la voluntad de Dalamier a la invisibilidad y el misterio. Era aquel quien le dictaba los parámetros y lo guiaba. Dalamier nos engañó con su risa unida a la nuestra en una rápida maniobra de ocultamiento —nunca pude saber si espontánea o estudiada— para no revelar su secreto: esa voz, esas voces a las que obedecía con fulminante certeza.
Así se hizo hombre Dalamier, modelando fango, compactando arcillas, mezclando la húmeda arena de las playas. Artista popular le llamaban, hasta que cierta Academia lo convirtió en su alumno más longevo, lo absorbió sin test psicológicos ni previas consultas médicas. Simplemente se le veía allí, absorto, caviloso, oyendo. ¿Eras destacado en el aula, Dalamier? No, para nada, siempre callado pero con un escozor tremendo en las manos; claro, las ganas de entrarle al material y sacarle lo mejor, estéticamente hablando, lograr así algo hermoso, llamativo, original, eso es, tú sabes, y además, tenía que cumplir con el plazo, ¿qué plazo, Dalamier? El que me imponía el jefe después de la idea aportada, a él había que cumplirle en el tiempo que estipulaba, o si no, te quitaba la inspiración, ¿sabes? Siempre dijeron que soy quisquilloso, pero es que tengo que cumplirle.
Y estas frases yo no las publicaba en ningún periódico, ni siquiera en el tabloide local. Me daba cuenta de que algo no andaba bien. ¿Agresivo? ¡Oh, no!, para nada. Dalamier es tremendamente tranquilo y solo se altera, o mas bien se molesta, si lo interrumpen mientras está concentrado —ahora me comentan que para él eso es estar atento a la voz—, ¡y qué bien dice sentirse cuando puede liberar esa tremenda energía que le llega junto con la voz! Le creo. Hasta la cara se le iluminaba y los ojos adquirían otro brillo, apenas enturbiados por la preocupación de no lograr la propuesta… en tiempo. Había que animarlo entonces: no te estreses, todos vivimos así hoy en día, tal parece que no hay donde agarrarse. Nos sonreíamos, recordando nuestros barquitos de la infancia.
Algo ocurrió después de su último trabajo. Nunca supimos exactamente qué pudo pasar. ¿Acaso la presión por cumplir con los encargos reales sobrepasaron la cómoda y pausada orden de su Numen particular? Se podría especular todo un día acerca de la parálisis que acometió las manos de Dalamier. Lo cierto es que ya no puede torcer los hierros en la forja, ni siquiera diseñar el boceto —paso que a veces obviaba, sobre todo si el impulso creativo era abrumador. Y cuando uno de sus auxiliares, preocupado primero y desilusionado después (le habían prometido buena paga por su trabajo) frente a quien siempre consideraron “un maestro”, habló de que todo aquello “era una mierda”, Dalamier perdió la compostura; y sí, lo agredió, mandó al Hospital a un hombre del doble su físico. También él fue a parar a una Clínica, el Neurológico primero, la Especializada Mental después. Al preguntarle por qué casi había aniquilado a un hombre —aquí es de notar la evidente exageración de varios artículos de prensa— respondió “que se había vuelto sordo, que ya no escuchaba, ya no podía, ya no mas”.
Un diagnóstico: locura, atendible y curable, pero era verdad que cierta loca pasión era la clave de su éxito. Confesó que, entre obra y obra, había destrozado muebles y equipos (las facturas para reponerlos no mentían) porque solo trabajando podía sentirse él sedado. En cambio, hasta ese momento no había ofendido a nadie. En la Clínica le extirparon los vestigios del discurso orientador. “Peligro potencial”, adujeron.
Ahora Dalamier lava su carro los sábados y por las tardes se le ve paseando a su perro, se sienta con aire cansado en el parque del arrabal con los ojos quietos. Cerca de allí hay algunas de las obras que ornamentan el ocaso de su carrera, pero ya casi nadie las asocia con él. Dalamier es un hombre normal, más tranquilo y más triste.
Una mañana me contó acerca del gran vacío que siente en su alma. Lo enfrenta escuchando sinfonías de Beethoven y de Mendelsoohn los días entre semana.
Yo no sé si sigue oyendo su voz, sus voces, y ya no puede obedecerlas pues “ya no tengo fuerzas”, reitera; o si sus voces han sido cambiadas o transformadas; ya no sé si Dalamier existe o si es solo esa voz que me cuenta su historia.
Adriel Gómez Mesa
Nació en La Habana, Cuba, el 17 de noviembre de 1966. Licenciado en Historia del arte por la Universidad de La Habana, en 1995. Desde mediados de la década del ochenta, se asoció a diferentes talleres literarios en su país, ganado premios y menciones. Tiene publicado el libro de cuentos Sueños Racionales, edición bilingüe francés/español por la Editorial Equi librio, Lyon, Francia, y variados artículos, cuentos, relatos y poemas en la Internet.