El siete de junio a las 21 horas, las cámaras mostraron a una nena entrando al campo de juego del Parc Des Princes, en Francia, detrás seguían los cuatro árbitros, y los dos equipos que darían inicio al Mundial de Fútbol Femenino 2019. Para los latinos, el inicio del Mundial lo marcaría el encuentro entre Brasil y Jamaica, que las cariocas ganarían con gran despliegue.
Argentina y Chile debutarían los días siguientes y así quedaría establecido el panorama de todos los equipos latinoamericanos que son parte de Francia 2019. Solamente tres países de América del Sur lograron clasificar, la gran mayoría de los participantes son europeos. ¿Qué pasa con el resto de las selecciones latinas, como Uruguay o Colombia, que lograron avanzar lejos en el Mundial de Fútbol de Rusia pero ni aparecen ahora? ¿A qué paso avanza Latinoamérica en esta cuestión?
El fútbol recorre transversalmente la cultura de América del Sur, nos define, nos integra, nos hace ser parte de ese mito que dice que cómo se vive el fútbol allá, no se vive en ningún otro lado. Nuestro vínculo con este deporte está lleno de momentos inolvidables, recordamos impactados a René Higuita estrenando el “escorpión” en un amistoso contra Inglaterra o a Javier Mascherano prometiéndole a Sergio Romero que si atajaba ese penal se convertiría en héroe en el mundial de Brasil. Quienes han presenciado partidos en cualquier otra parte del mundo lo saben. Entrar a una cancha repleta de gente, en Argentina, paraliza. Los gritos, los empujones, la pasión que circula de tribuna a tribuna, de butaca a butaca, se expande como una ola y deja a cualquier espectador con un nudo en la garganta. En Brasil, en Uruguay o en Colombia, la historia se repite, con distintos cantos, idiomas y tonadas.
En el ámbito del fútbol femenino, la realidad es distinta aunque la pasión es la misma. Colombia, en 2016, fue uno de los primeros países que logró la profesionalización de su liga femenina, Argentina hizo lo propio a comienzos de este año, pero países con una larga trayectoria en el fútbol masculino como Brasil y Uruguay todavía no lograr equilibrar la balanza de la desigualdad futbolística.
Esa diferencia entre el amateurismo y el profesionalismo se refleja en el campo de juego. Los países que hace años regulan este deporte suelen llegar más lejos en este tipo de competencias. En Europa, España logró este año el récord mundial de espectadores cuando más de 60 mil personas colmaron el Wanda Metropolitano para ver Atlético Féminas y el FC Barcelona. En Estados Unidos el panorama es opuesto al del resto de América, mientras el fútbol masculino recién empieza a tomar fuerza, las mujeres dominan el panorama mundial. Actualmente campeonas del mundo, y con tres copas en su haber, son el equipo femenino que más copas alzó en la historia.
La desigualdad no se ve únicamente en las oportunidades, se ve también en la economía. En Argentina, las divisiones inferiores de fútbol masculino están repletas de chicos que, desde los 16 o 17 años, cobran una beca, una ayuda y se les brindan facilidades que ayudan a su capacidad para cumplir con los entrenamientos. Al cumplir los 18 años, los jugadores que están en las primeras divisiones perciben un salario que, en los clubes más grandes, ese salario ronda los 30 mil dólares mensuales y les permite dedicarse exclusivamente a esta profesión.
Tratándose de volver
Aterriza el avión. Obviamente llega con retraso. Estás algo intranquila ante la idea de tener que recorrer aun todo el...
En el fútbol femenino la historia de las oportunidades es muy distinta, las jugadoras de la primera división consiguen una beca que les permite viajar hasta el predio donde entrenan y, en muchas instituciones también les costean sus estudios secundarios o universitarios, pero eso es todo. La gran mayoría de las jugadoras de la primera división en Argentina no pueden dedicarse completamente al fútbol. El ejemplo más reciente es el de la arquera Vanina Correa, la jugadora mundialista trabaja como cajera en la Municipalidad de Villa Gobernador Gálvez mientras entrena su pasión en Rosario Central.
Las mejores jugadoras del mundo llegan a cobrar alrededor de 500 mil dólares por año, mientras que los mejores futbolistas facturan cerca de 40 millones anuales. Según un estudio de Sporting Intelligence, el ingreso anual de Neymar lograría pagar el sueldo anual de más de 1.900 futbolistas mujeres.
La diferencia económica no parte únicamente de las instituciones futbolísticas, también se encuentra acompañado por el ámbito publicitario. Cuando Marta, la 10 brasileña, anotó el tanto que la convertiría en la jugadora con más goles en la historia de los mundiales, se besó el botín. Ese botín que no tiene ningún sponsor, decorado con una línea rosa y otra celeste, en busca de la equidad de género. La declaración postpartido fue clara e irrefutable: “Es un honor y estoy feliz por hacer historia en un deporte que muchos ven como un deporte de hombres. Estamos rompiendo récords, demostrando que el fútbol femenino tiene mucho potencial de crecimiento”.
El Mundial de Francia 2019 terminará pronto, afuera quedaron los tres equipos latinos que nos representaban. Quizás este mundial sea el comienzo de una visibilidad que viene luchando hace tiempo por ganarse su lugar, quizás la declaración de Marta, la pasión de las jugadoras argentinas, el empeño de las chilenas, quizás todo eso sirva para demostrar que la pasión y el deporte no tienen género.
Laura Otero
Periodista | Argentina viviendo en Holanda | Feminista | Fanática del movimiento, los libros y River Plate.
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Ilustración de tapa por: Gabriela Rivas
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