A fines del siglo XIX, se originó en el interior del estado de Nueva York, en los Estados Unidos, una corriente religiosa que llegó a ser conocida como “espiritualismo”.
Tal vez en busca de amortiguar el sufrimiento y las pérdidas humanas causadas por la todavía reciente guerra civil estadounidense, los espiritualistas se habían convencido de que era posible comunicarse con los muertos, de que las almas incorpóreas conservaban la conciencia, y no sólo eso, sino que también evolucionaban y aprendían en el plano espiritual, pudiendo comunicar esa sabiduría a los que quedamos de este lado de la medianera.
En su libro “Los nuevos apócrifos”, John Sladek ahonda en la crónica de las desventuras de varios mediums, psíquicos y exponentes del espiritualismo en general.
Nota Sladek que las primeras mediums en alcanzar algún grado de celebridad fueron tres hermanas del estado de Nueva York: Margarette, Leah y Kate Fox.
En 1848, las Fox comenzaron a circular la historia de un homicidio que había tenido lugar años atrás en su casa de Hydesville, como resultado del cual penaba allí un espíritu, que intentaba comunicarse con ellas emitiendo chasquidos y crujidos, o “rappings”. El matrimonio Post, una pareja de cuáqueros que eran amigos de la familia Fox, recibió a las muchachas en su casa. Aparentemente, el fantasma del amasijado había decidido acompañarlas, dado que los crujidos y los chasquidos continuaron ocurriendo en la nueva ubicación. Inmediatamente convencidos de la autenticidad de las manifestaciones espirituales, los Post hicieron correr la voz sobre las hermanas entre la comunidad de cuáqueros. Su fama cundió, y en poco tiempo se volvieron una sensación entre el público estadounidense en general.
Habían corrido algunos años ya, cuando entre las hermanas empezaron a ocurrir desaveniencias y peleas internas. En 1888, un periodista les ofreció 1500 dólares por explicar públicamente cuál era el truco que usaban. Margarette y Kate se confabularon contra Leah, y aceptaron la oferta: en la Academia de Música de Nueva York, y ante dos mil personas, Margaretta demostró que los “rappings” no eran otra cosa que el tronar de sus articulaciones. Sin embargo, ya era tarde para confesiones: la gente se rehusó a creerle, suponiendo que estaba confesando falsamente por presión o por dinero. Observa Sladek que el público, ya convencido de la autenticidad de la mentira, “se negó a dejarse engatusar por la verdad”.
En 1870, comenzó a cobrar notoriedad Florence Cook, una medium londinense que, se decía, podía comunicarse y manifestar el espíritu de Katie King, la supuesta hija de John King, otro espectro famoso entre los espiritualistas. Los asistentes de las sesiones de Florence declaraban que Katie aparecía a veces como un rostro incorpóreo, y otras cabalmente, de cuerpo entero.
En una de estas sesiones, un abogado llamado Volckman, guiado tal vez por el escepticismo, la lujuria o una combinación de ambas, tomó al espíritu de Katie por la cintura y declaró a los gritos que Katie y Florence eran la misma persona. Tras una breve escaramuza, el fantasma escapó de las manos de Volckman y huyó a esconderse a un armario, del cual emergió Florence minutos después. Sus defensores acallaron las críticas y las acusaciones del abogado, diciendo que éste había “roto la etiqueta” de la sesión de séance, invalidando cualquier evidencia que pudiese haber generado.
Este traspié no alcanzó, por supuesto, para disuadir a los seguidores de Florence Cook.
Entre ellos se contaba Sir William Crookes, un científico de cierto prestigio, que había sido nombrado caballero de la Orden del Imperio Británico por sus contribuciones en el campo de la física. El hombre decía haber estudiado detenidamente a Florence y sus atributos, y declaraba que la chica era genuinamente capaz de producir manifestaciones sobrenaturales.
Los acólitos de Florence se apresuraron a caracterizar la adhesión de Sir William como una demostración concluyente de la autenticidad de la medium. Por qué arriesgaría de tal modo, dijeron, un científico respetado su prestigio, no siendo real lo que ha presenciado.
Se apresura John Sladek a enumerar sus objeciones:
- Sir William era un hombre mayor. Su mujer, de su misma edad, esperaba al décimo hijo de ambos.
- Florence era bonita y joven.
- Florence pasó cerca de 10 meses sometida a las indagaciones de Crookes.
- Las sesiones de espiritismo requerían una pronunciada e íntima penumbra.
- William y Florence llevaban a cabo sus sesiones a solas.
Ante estas sórdidas circunstancias, los detractores de Florence no tardaron en señalar, socarronamente, que la siguiente manifestación que ella produjera tendría forma de bebé.
Archie Jarman, un escéptico inglés, investigó en 1957 a varios mediums del ámbito londinense. En una séance, uno de ellos se acercó a la esposa de Jarman, aduciendo canalizar al difunto progenitor de aquélla.
-Hola, querida -le dijo-, soy tu padre.
La mujer, que había nacido en Alemania, le espetó entonces:
-Guten Tag, Vater! Ich bin froh dass du hier bist. Ich hoffe dass du in deinem neuen Leben glücklich bist.
-En inglés, hija -respondió el medium-. Ahora hablo inglés.
A todos estos pormenores tal vez quepa agregar una modesta observación. Lo que les ocurrió a las hermanas Fox, tratando de confesarse, es quizás más revelador que anecdótico: no hay otra cosa más convincente que la propia voluntad de estar convencido. Quien vaya buscando la verdad debe, principalmente, tener la disposición de encontrarla ahí donde no le sea cómodo ni conveniente.
Johannes Kepler, el astrónomo alemán, estudió persistentemente las órbitas de los planetas conocidos en su época, a fines del siglo XVII. El hombre, fervientemente religioso, intuía que el circuito de los cinco planetas debía corresponderse con las matemáticas de los cinco sólidos pitagóricos. Esto demostraría para él que la mecánica del Universo no era casual, sino que venía de la mente maestra de un Creador Supremo. Sin embargo, al cabo de infinidad de cálculos, mediciones y frustraciones, no pudo reconciliar las trayectorias planetarias con los sólidos perfectos de Pitágoras, y mucho menos con un obrar divino. Muchos otros hubieran destruido su propio trabajo, tal vez por temor a la herejía; Kepler lo publicó de todas formas. Su investigación resultó en las tres leyes del movimiento planetario, que Newton expandió en 1687, demostrando que eran válidas en cualquier lugar del Universo.
No está mal ilusionarse. No hay nada de malo en tener la corazonada de que, detrás de este mundo de ciencias y rigores, tal vez haya escondido algún fantasma atorrante, haciendo pito catalán. Pero tampoco le regalemos esa ilusión al primer vendedor de buzones que se presente.
Los milagros son raros, pero los chantas no.
Esto es un extracto del programa Antes de que me Olvide Live por Lado|B|erlin Live YouTube